jueves, 26 de febrero de 2009

A la música española le faltan cojones

Esta frase salió de mi boca hace un par de días mientras discutía con una amiga sobre el hilo musical que nos estaban poniendo en el bar en el que tomábamos algo antes de emprender un bonito paseo por Montjuïc. La he recordado hoy también a la hora del café, que a veces comparto con algunos compañeros del trabajo, y donde tienen la simpática manía de poner siempre una música aburridísima, en la que últimamente no falta nunca la empalagosa de Amaia Montero. Y es que cuando uno escucha la música de este país que suele sonar en las radios y en los locales donde hay hilo musical, le entran ganas de cortarse las venas. Canciones ñoñas, melancólicas, flojas, decadentes. No desprende energía ni vitalidad, y acaba sumiéndole a uno en un estado de tristeza del que difícilmente se puede salir de otra manera que escuchando alguna banda extranjera. Los ejemplos son infinitos: Amaral, Alex Ubago, El canto del loco, la ya mencionada Amaia Montero y su anterior banda, La oreja de van Gogh,... Y ojo, no es que muchas de estas bandas sean malas; a mí me parece que, por ejemplo, La oreja de van Gogh ha compuesto algunos de los mejores temas del pop español. Se puede ser bueno, aún siendo ñoño, está claro. El problema es que estas bandas son, en general, tan deprimentes, que a veces a uno le entran ganas de que caiga una bomba H y se los lleve a todos por delante.

Hablo lógicamente de la música "para el gran público". Claro que en estilos más minoritarios como el punk o el heavy se pueden encontrar temas potentes, llenos de rabia, de vitalidad y energía; pero son estilos minoritarios, y de muy escasa repercusión en los grandes medios. También es cierto que hay bandas que, sin ser especialmente duras, no caen en esa onda melancólica y llorona del pop, pero eso suele ocurrir por ejemplo con grupos del estilo de Los mojinos escocíos, que son un caso aparte y que, a fin de cuentas, hacen música en plan de cachondeo. Mientras nos movamos dentro de los "triunfitos" y del pop más difundido por los medios, no saldremos de la lágrima fácil y la depresión.

Os preguntaréis: Bueno, y ¿qué se supone que tendrían que hacer? Hombre, pues no sé cómo está ahora mismo el panorama más popero y comercial, porque no me va mucho, pero desde siempre recuerdo a bandas inglesas o de otros países hacer cosas algo más animadas y no tan asquerosamente decadentes. ¿Por qué aquí resulta tan difícil dejarse de mariconadas y hacer algo con un poco de gracia? No hace falta lanzarse con una espada a cortar cabezas a lo Manowar, simplemente ponerle algo de garra. ¿Es realmente tan complicado?

Imagen: http://perlasdetv.blogspot.com/2007/12/oos-enaltecidos.html

martes, 24 de febrero de 2009

Balones fuera

La mayor de las faltas, diría yo, es no tener conciencia de ninguna.
Thomas Carlyle

Ciertamente tenía razón Carlyle al afirmar esto, y es que quien no acepta sus propios errores difícilmente se desprenderá de ellos. Es como uno de esos políticos que siempre están tirando balones fuera, para quien la oposición siempre tiene la culpa de todo y él y su partido, en cambio, nunca hacen nada mal, o si lo hacen, es por culpa de las circunstancias, no porque estuvieran equivocados. No hay más ciego que el que no quiere ver; por eso antes de nada hay que querer ver: sólo así tenemos alguna posibilidad de mejorar. De lo contrario, no habrá nada que hacer.

Yo siempre agradezco a la gente que me comente mis errores; es más, se lo pido. Flaco favor me hacen al callarlos, porque me impiden darme cuenta de muchas cosas que yo, por mí mismo, quizás no notaría nunca. Por eso, cuando últimamente algunas personas me han hecho ver algunos de esos errores, me he sentido en parte mal, por errar, pero en el fondo mucho mejor, por saber cómo hacer mejor las cosas a partir de ahora. La vergüenza de haberlos cometido no me impide sentir la satisfacción de no volverlos a cometer. Es lo único que puede y debe hacerse, puesto que lo hecho hecho está, y obsesionarse con las meteduras de pata del pasado no lleva a ninguna parte. Una vez se ha aprendido de ellas, lo demás es amargarse inútilmente.

Otras personas, en cambio, parecen obsesionadas en culpar al mundo (o a una parte de él) de sus propias meteduras de pata. Adoptan la fácil e infantil actitud de creer que el mundo las ha tratado mal, pero no: El mundo nos da muchos problemas, es cierto, pero si al final no sabemos convivir con ellos, la culpa es nuestra, no del mundo. Debemos tener siempre en cuenta aquella vieja máxima que afirma que las cosas son como son, no como nos gustaría que fuesen. Esto es especialmente cierto para las personas que nos rodean, las cuales sin duda nos darán muchos disgustos y nos molestarán en mil detalles, pero aún así hemos de aceptarlas igual que ellas nos aceptan incluso cuando lo que hacemos no les acaba de gustar. Podemos rechazar a una porque su actitud nos resulte repulsiva; podemos rechazar a otra porque nos ha ofendido gravemente; incluso a una tercera porque ella misma nos rechaza... Pero la persona que se lleva mal con casi todo el mundo, a la que casi todos dan la espalda, aquella que, sola y prácticamente sin amigos clama que el mundo la trata injustamente, esa persona debería hacer una reflexión y darse cuenta de que, si realmente queremos, el mundo no nos trata tan mal. Hay que ser muy tonto o muy ciego para pensar que, si casi todos hablan mal de nosotros y nos dan la espalda, el problema no esté en nosotros, sino en el resto de la humanidad. Incluso en el improbable caso de que tuviéramos parte de razón, estamos demostrando ser poco hábiles para tratar con el mundo.

He tenido ocasión de preocuparme varias veces en mi vida por ese tipo de personas, y casi siempre he salido escaldado. Es lo que tiene intentar ayudar a quienes no quieren ayuda porque su mayor enemigo son ellas mismas y, como no quieren aceptarlo, buscan enemigos fuera y los acaban encontrando por doquier. Amargadas por sufrimientos del pasado, han acabado creyendo que el mundo entero es un enemigo, y a la mínima saltan, volcando todo su odio en la infortunada persona que, intencionadamente o no, las moleste en algo. No hay disculpas ni perdón que valgan: Cualquier situación, magnificada por su victimismo, sirve como argumento para borrar a uno más de la ya de por sí corta lista de amigos y meterlo en la cada vez más larga de enemigos (curiosa y no muy prudente estrategia). Cualquier metedura de pata, cualquier discusión sobre música, sobre política o sobre lo que haga falta, se transforma en una ofensa imborrable, de esas que antiguamente daban motivo a un duelo público con diez pasos al frente, media vuelta y un disparo. Tampoco importa que la intención del ofensor no fuese mala y se tratase de un error: Irritadas con la humanidad entera, han olvidado virtudes como la compresión o el perdón. Ya hablé hace tiempo de la importancia del perdón y de las reconciliaciones, y me reafirmo en lo dicho. Pero estas personas no quieren saber nada de todo esto. Sólo ven un mundo cruel que las ataca a ellas, a las pobres personas inocentes que no han hecho nada ni tienen culpa de nada, a las pobres víctimas que, mira tú por dónde, tampoco conceden perdón ni lo piden. Y así siguen, tirando balones fuera, esperando ingenuamente que el mundo cambie, en lugar de cambiar ellas. Pues ellas sabrán.

Imagen: http://elmejo.blogspot.com/

martes, 17 de febrero de 2009

¿1984 o el paraíso?

Ya hace unos días comenté algo sobre las redes sociales. Hoy me gustaría abordar un tema relacionado y del que se está hablando mucho últimamente: la privacidad.

Frente a las dos posturas radicales sobre las consecuencias de la difusión de nuestros datos por Internet, mi visión es que ni es para tanto, ni tampoco puede uno descuidarse. Hay quienes creen que la existencia de redes como facebook es poco menos que la materialización de la obra 1984. Otros piensan que, al contrario, es un paraíso, una manera fantástica de promocionarse como profesional y de captar amistades, y restan importancia al hecho de que se pueda saber algún dato personal o que se puedan ver nuestras fotos del fin de semana. Yo lo que constato es que:
  1. En una red social, a fin de cuentas, tú publicas lo que quieres. Si quieres subir una foto tuya, la subes. Si en su lugar quieres poner un teleñeco, pues pones un teleñeco. Nadie te va a pedir explicaciones.
  2. Normalmente, no estás obligado a publicar ninguno de tus datos, ni a asegurar que sean correctos. Hay montones de personas dadas de alta con nicks en lugar de su verdadero nombre, o que dicen vivir donde no viven, etc. Yo mismo, en tuenti, tengo algunos datos falsos, porque no quería darlos y no encontré cómo evitar que me los pidiera. De hecho, usar nicks es una práctica totalmente normal y tradicional en Internet. Frente al vicio de cotillear, la virtud de mentir, por así decirlo.
  3. Suele haber opciones para restringir el acceso de los demás usuarios, y que sólo puedan ver tus datos quienes tú aceptas como amigos. Luego será tu responsabilidad ir "agregando" a diestro y siniestro o hacerlo cuando realmente es prudente.
  4. Es cierto que tus contactos pueden subir fotos sin que tú lo evites, pero al menos puedes borrar la etiqueta en la que apareces, lo cual dificulta que te busquen y te reconozcan (a menos que te encuentren por casualidad y te conozcan lo suficiente como para reconocerte, pero eso ya es algo inevitable, dentro y fuera de la red).
  5. Cuando te dejas fotografiar en alguna parte, normalmente es también tu responsabilidad al dejar que te la hicieran. Rara vez se publica una foto hecha por sorpresa; por lo general se suben fotos en las que el retratado quería aparecer y no le importó que se la sacaran con una máquina que no era suya. Una vez aceptado esto, parece ilógico lamentarse de que la haya visto medio mundo. Haberte apartado.
  6. Lo mismo que ocurre con las fotos ocurre con los comentarios. Si de verdad no quieres que todo el mundo se entere de algo que le dijiste un día a un contacto, pues usa los mensajes privados, que para eso están, y no lo pongas en su muro. Tan fácil como eso.
En realidad, el problema de fondo es: ¿Para qué queremos las redes sociales? Esta pregunta tiene diferentes respuestas. Para algunos, sirve para promocionar sus canciones, videos, libros... Para otros, sirve simplemente para mantener contacto con los amigos y para recuperar viejos contactos ya perdidos. Otros las usan para ligar. Otros simplemente por exhibicionismo. Otros, en fin, porque les llegó la invitación y aceptaron, con la idea de ver qué tal estaba aquello. Según el objetivo que se marque cada uno, tratará su privacidad de modo diferente. Alguien que está en la red para promocionarse, probablemente publique direcciones e incluso teléfono de contacto. Quien la use para ligar, seguramente introducirá su estado civil y sus tendencias sexuales, cosa que otras personas distarán mucho de hacer. Quien sólo busca mantener sus contactos, pondrá pocos datos y aceptará pocas amistades nuevas. Cada cual hará lo que toque según sus necesidades.

En definitiva, lo que pienso es que la privacidad es algo importante, pero que no está en tan grave riesgo si uno la sabe cuidar. Yo nunca he publicado mi número de teléfono en ninguna parte; quien lo hace es porque quiere, que no se queje luego si le llaman desconocidos. Nunca subo fotos (excepto la del perfil, porque sí me parece aceptable que se sepa que soy yo) y si veo alguna subida por otro usuario en la que no me interesa aparecer, le borro la etiqueta. No acepto amistades sospechosas, aunque estoy abierto a casi cualquiera; pero si alguien me agrega como amigo y a los tres días no me ha enviado un triste mensaje, ya se puede dar por borrado. Tampoco pongo nada de mis ideas políticas, tendencias religiosas, etc. Mis amigos ya las conocen y quienes no son mis amigos no tienen por qué conocerlas. Aún así, tampoco me parecería grave expresarlas, puesto que en este mismo blog las digo bien claras. Mis ideas no son tampoco ningún secreto. En resumen, no pongo nada que no se pueda averiguar fácilmente por algún otro medio, con lo cual, en el fondo, me da lo mismo que esté ahí puesto. Me parecería demasiado radical no participar en una red que me viene bien para contactar con otras personas, con el único argumento de que alguien puede verme la cara y saber en qué ciudad vivo, pues no mucho más es lo que tengo publicado. Resumiendo, yo diría que nuestra privacidad depende básicamente de nosotros mismos, no podemos echarle la culpa a Internet.

domingo, 8 de febrero de 2009

Camino hacia ninguna parte

Hace un rato me he decidido a ver Camino, película muy premiada en la gala de los premios Goya, acomplejada versión española de los Oscars, en la que nuestras "estrellas" (¿de verdad se creen que lo son?) intentan hacer ver que son más o menos como los actores de Hollywood. En los primeros instantes, unos letreros nos recuerdan que cuenta con la participación de TVE, TV3 y no se cuántas instituciones, aparte de estar subvencionada por el Instituto de Crédito Oficial, el Ministerio de Cultura, etc. Vamos, que no veas la de pasta que deben haber metido ahí de nuestro bolsillo. Esto es algo que me motiva aún más a criticarla si la encuentro mala, porque una cosa es que un director (por nombrar a la persona más implicada) haga un bodrio con su dinero, y a partir de aquí ya se verá si le sale bien el negocio, y otra muy distinta que lo haga con mi dinero. Más aún cuando luego aparecen los representantes de "nuestro" (aunque yo no lo considero mío) cine a llamarnos delincuentes en esa misma gala pretenciosa y vomitiva como es la de los Goya. Pero vamos a la película.

La verdad es que yo pensaba que las películas propagandísticas contra la represión mental promovida por ciertos sectores de la religión (como es el Opus Dei) eran cosa del pasado, algo más propio de finales de los 70 y principios de los 80, cuando los españoles estaban ávidos de ver tetas en las películas y de sacar a la luz las miserias morales de aquella sociedad excesivamente anclada en el catolicismo durante siglos. Vale, supongo que en aquel momento era lo inevitable, e incluso lo correcto, pero ¿de verdad hace falta seguir con el mismo tema en 2008? Uno ya está cansado de estas temáticas: que sí, que ya sabemos que los del Opus son unos sectarios y que la libertad de pensamiento es muy buena... decir algo así no es nada original ni nos aporta gran cosa. Por lo menos, si nos lo quieren decir, que sea con una trama que dé pie al debate, que sea ocurrente y variada, que haga pensar al espectador en lugar de arrinconarlo con unos personajes que sólo nos dejan una opción al juzgarlos, que nos haga interesarnos con unos hechos opinables, no una historia morbosa llena de personajes absolutamente tópicos y previsibles.

No sé cuál será la visión de otras personas, pero a mí, a estas alturas, este tipo de "criticas" (porque la película es una crítica, por mucho que, según he leído, se haya intentado presentarla como imparcial), me aportan muy poco, por no decir nada. No creo que suscite la reflexión de casi nadie, en contra de lo que algunos argumentan para defenderla. Pienso que las personas ya tenemos una opinión formada sobre este tema, y a quienes nos causa repulsión ese tipo de ambiente ultrareligioso, no nos va a decir nada nuevo, mientras que a las personas creyentes, muy probablemente les parezca algo insultante y que cae en la crítica "progre" facilona. Vamos, que a unos les indignará y a los otros no les aportará nada nuevo.

Desde el punto de vista técnico no hay nada que criticar. Los planos, la fotografía, la música... todo está muy bien. Incluso la actuación de los actores me parece muy buena, pero acaba siendo repulsiva de tanto como el director y el guión los encorsetan en unos personajillos sin vida, incapaces de despertar el interés. La protagonista, sí, muy mona y con unos ojos preciosos y una sonrisa maravillosa (qué te juegas que en unos años será pasto de las también tópicas películas españolas en las que la protagonista sólo está para enseñar las tetas), pero su personaje de niña buena a lo Marisol ya está más visto que el TBO. Y ya no hablemos del cura, con ese aire de malo, o las compañeras de colegio, sobre las que he leído un párrafo muy explicativo en filmaffinty que vale la pena reproducir:
Acto seguido, aparecen más caricaturas: La niña pija y mala del cole, que cada vez que sale dentro de cuadro, es en posturas macarriles, comiendo chicle, poniendo cara de me importa todo un pijo, y símiles. Que sí Fesser, que sabemos que las pasotas son así, ¡¡pero también reposan, coño!! Tampoco se queda atrás la amiga cotilla, que es peor que chuparte cualquier programa del corazón un mes entero, y resulta ridícula...
Absolutamente de acuerdo. La película ya nos empalaga a los cinco minutos, de tan previsible que es, por mucho que el uso del flashback (totalmente innecesario, además, y que sólo sirve para alargar aún más esta agonía de cinta) y otras técnicas como los sueños de la niña, intenten darle una especie de intriga.

El hecho de que esta película haya recibido tantos premios y alabanzas es sólo una muestra más de lo encorsetado, pobre, falto de imaginación, estúpido, lamentable, anquilosado y triste que es el cine español en general. Hay unos cuantos "subgéneros" de los que no saben salir nuestros directores: las películas de la guerra civil y de la postguerra (a las que ya he criticado en alguna ocasión), las películas de putas y travestis, a lo Almodóvar, que pretenden ir de realistas, cuando no hacen más que intentar provocar al espectador, las comedietas cutres a la española en plan Torrente, con su típico antihéroe feo, tonto y machista,... y el anticlerical (al que pertenece ésta) ya es también un clásico de nuestro cine, como lo fue el clerical en tiempos de Franco, un subgénero más que no nos aporta nada. Carecemos, en cambio, de películas decentes de aventuras, de terror (lo siento, pero Jesús Franco no me sirve), históricas (ya lo comenté hace tiempo: con lo amplia que es nuestra historia y lo mal tratada que está), etc. Todo se acaba pudriendo enmedio de la propaganda ideológica y del costumbrismo estereotipado.

Sinceramente, no he sido capaz de acabar la película. He soportado a duras penas 20 minutos y no me he visto con moral para tragarme las dos horas que aún quedaban (porque esa es otra: dos horas y diecisiete minutos para contar algo así, no tiene sentido). El resto de la película lo he visto por encima, y prácticamente todo eran escenas desagradables de hospital. No, gracias, tengo cosas mejores a las que dedicar dos horas de mi vida que a ver la agonía de una pobre chica a la que rodean unos cuantos sectarios cristianos.

Podría enumerar más ridiculeces de la obra, como la tontorrona historia de... ¿amor? entre la protagonista y el niño, absolutamente ñoña y sin gracia, pero creo que esta crítica ya se ha alargado demasiado; no quiero resultar tan pesado al lector como esta película lo ha sido para mí.

Imagen: http://www.cinematical.es/tag/DiarioDeUnaNinfomana/

lunes, 2 de febrero de 2009

Adicciones que interesan y adicciones que no interesan

Esta misma mañana, viniendo a trabajar, he visto en uno de esos diarios que se distribuyen gratuítamente, una noticia que me ha llamado la atención. Decía algo así como que 2'5 millones de españoles estaban "atrapados" (creo que esta era la palabra literal) por las redes sociales. Esta tarde encontré por ahí otra noticia parecida, que presenta a Facebook como una posible adicción.

Me mostraría escandalizado al leer tantas gilipolleces si no fuera porque ya está uno acostumbrado a que los medios tradicionales (en este caso los diarios, pero también es típico de la televisión) demonicen a Internet, presentándola como un nido de perderastas (este es su tema favorito), terroristas, crackers, etc. Ahora, con lo de las redes sociales, se sacan el fantasma de la adicción. ¡Como si durante años, y también actualmente, no hubiera miles de personas adictas a la televisión, por ejemplo! Pero ahí no pasa nada. Sabemos de sobras que montones de personas se pondrían histéricas si se interrumpieran las emisiones de televisión durante unos pocos días; pero eso da igual. En cambio, si alguien se divierte apuntándose a grupos del Facebook o añadiendo gente a su lista de amistades, es que debe ser algo así como un cocainómano en versión digital. Claro.

Por supuesto, no es imposible ser adicto a las redes sociales, como tampoco lo es ser adicto a los comics, a las telenovelas o a la petanca (ay, cuántos "petancadictos" debe haber en nuestros geriátricos... y de ellos nadie habla, pobrecillos), pero mientras que en Internet nadie llama adicto a quien compra su diario cada mañana o ve la telenovela cada tarde, en los diarios y el TV se regodean con lo de que la gente es adicta a tal página, con que los niños están desprotegidos ante tal otra o con que si usas redes P2P eres poco menos que un mafioso. Y se creen que eso les va a salvar de la decadencia que ellos mismos simbolizan; se creen que con eso van a evitar que ellos, como medios de información cada vez más obsoletos que son, tengan que ir dejando sitio a la nueva manera de comunicarse y compartir información. Pues lo llevan claro.

Imagen: http://blogs.creamoselfuturo.com/sanidad/2006/10/23/las-nuevas-adicciones/#more-61