lunes, 28 de enero de 2013

Normas de convivencia: respuesta

Este artículo es, en realidad, una respuesta a este otro de Intersexciones. Necesitaréis leerlo para entender de qué va.


En mi opinión, el origen de la mayoría de estas ideas equivocadas está en el concepto romántico del matrimonio (o la convivencia en general, ya que hoy en día casarse no es tan imprescindible). Antiguamente, el matrimonio se consideraba una unión social, más que afectiva. Por supuesto que podía haber afecto entre las dos personas, pero básicamente era una unión de dos familias, con sus inevitables consecuencias sociales, culturales y económicas. Por eso era frecuente el matrimonio por dinero, en el que los cónyuges no se amaban realmente; y por eso era difícil que personas de clases sociales diferentes (ya no digamos culturas o religiones diferentes) se casasen. El amor a menudo venía mediante aventuras extramatrimoniales. Era habitual que uno y otro tuvieran amantes, y de hecho las historias de cornudos llegaron a ser un clásico de la literatura.

Pero llegó el romanticismo (sobre todo a lo largo del siglo XIX) y el concepto comenzó a cambiar hacia un matrimonio enamorado, posiblemente distinto social y económicamente, en el que marido y mujer convivían alegremente como dos pajarillos en su nido.

Nuestra sociedad moderna de finales del siglo XX remató la faena con la idea de que las dos personas tenían que aportar sustento económico al hogar, y que el hombre también debía participar activamente en las tareas de casa y en el cuidado de los niños; cosas que antes sólo hacían las mujeres.

En general, creo que los cambios de mentalidad del romanticismo y de la sociedad contemporánea fueron buenos, ya que el planteamiento antiguo daba origen a una sociedad hipócrita, materialista, machista y, probablemente en la mayoría de los casos, infeliz. El problema es que quizás se fue demasiado lejos y se asumieron los planteamientos de un nido de amor igualitario de manera demasiado radical, cuando, a fin de cuentas, la idea tradicional de una unión social y económica también tenía su razón de ser.

Probablemente la virtud esté en el medio. Las dos personas deben amarse, sí, y repartirse las tareas del modo más equilibrado posible, también. Pero ojo: no deja de ser la unión de dos personas para convivir juntas, no para echar kikis ni para salir juntos al cine. Si éstos últimos fuesen los objetivos, no habría necesidad de convivir: se podría seguir un noviazgo eterno. Si se pasa a una convivencia es porque independientemente del amor (que en nuestros tiempos se presupone), se pretende compartir el día a día, los gastos, las tareas, la comida, la limpieza... todas esas cosas de las que uno no se preocupa con su novia o con su ligue. Es una convivencia más parecida a la que tenemos con nuestros familiares (y de hecho así es, puesto que se está formando una familia); una de esas convivencias en las que, como hace con sus padres o hermanos cuando está en la adolescencia, uno a veces se agobia por el aburrimiento de lo cotidiano y a menudo discute, pero que se mantiene por la fuerza del vínculo y el compromiso entre las personas.

Por eso coincido con las recomendaciones de Alena: los gastos se deben repartir, sí, pero dentro de lo razonable teniendo en cuenta la situación de cada uno; las tareas del hogar se deben repartir, si es posible turnándose, pero no está de más que uno se haga cargo de algo si al otro le irrita demasiado o si, simplemente, dispone de más tiempo o sabe hacerlo mejor, etc. Y así con todo.

miércoles, 2 de enero de 2013

Seguimos para Bingo: la farsa del abismo fiscal

Hoy los mercados se han despertado aliviados porque EEUU parece haber evitado, al menos temporalmente, el llamado abismo fiscal. Una vez más, los políticos norteamericanos han escenificado perfectamente esa obra de teatro en la que se ha convertido la política mundial; una obra en la que una serie de tipos encorbatados simulan estar muy pero que muy enfrentados, para, al final, acabar defendiendo lo mismo. Ya lo hicieron antes con el "techo" del endeudamiento, y ahora no podían ser menos.

Más al límite no podían haberlo hecho: los senadores llegaron a perderse las "uvas" y aprobaron el preacuerdo a las 2 de la mañana. Como de costumbre, una decisión salomónica en la que unos y otros ceden (o aparentan ceder). No se amplían tanto los impuestos como pretendían los demócratas, pero sí pagan más los muy ricos, en contra de lo que pretendían los republicanos. Respecto al recorte del gasto, de momento se aplaza dos meses. Ahora el Congreso lo ratifica y hala, ya hemos salvado un primer asalto.

Sin embargo, no hace falta tener un Nobel de Economía para darse cuenta de varias cosas:

  1. Lo que se ha conseguido es un simple aplazamiento. En febrero tendremos un nuevo abismo fiscal, que no será sino este mismo abismo, desplazado.
  2. La psicosis con el día 1 de enero es totalmente estúpida, y sólo sirve para fabricar titulares. Si el acuerdo se hubiera alcanzado el día 5, ¿sería muy grande la diferencia? Evidentemente no.
  3. Dada la enorme necesidad de financiación de los EEUU, aplazar la reducción del gasto y dejar la subida de impuestos en un anecdótico aumento para los muy ricos, apenas mejorará sus finanzas, por lo que en poco tiempo volverán a tocar el "techo de deuda", ese mismo con el que hace unos meses escenificaron otro enfrentamiento, resuelto, cómo no, a última hora.

El gran problema que hay detrás de todo esto, y que los medios más generalistas no subrayan (ellos sabrán por qué), es la contradicción inherente al sistema económico en el que vivimos. Y es que por un lado se requiere un Estado muy poderoso, que preste muchos servicios a los ciudadanos (pues todos queremos disfrutar de infraestructuras, sanidad pública, prestaciones de desempleo, subvenciones a empresas, etc.), pero por otro lado, la gente se resiste a pagar más impuestos, y especialmente los más ricos usan de todo tipo de artimañas, incluido el chantaje de amenazar con irse a otro país, con tal de no pagar. Hasta ahora, casi todos los países han recurrido a lo mismo para evitar esta contradicción: la deuda. Como el Estado no consigue equilibrar sus balanzas, mendiga dinero (en la neolengua, emite deuda) y todo solucionado. La balanza se equilibra mágicamente, gracias a ese dinero surgido de la "nada". 

Desgraciadamente, el dinero no surge de la nada, sino que hay que devolverlo, y encima con intereses. Esos intereses han llegado a un punto en el que absorben una buena parte de los ingresos del Estado, con lo que aún se hace más difícil que al principio cuadrar las cuentas. ¿Cómo se consigue entonces cuadrarlas? Lo han adivinado: con más deuda aún, en una espiral viciosa parecida a la de un drogadicto.

La situación ha llegado a un punto en el que el límite de deuda norteamericano amenaza con dejar al país esclavo de sus acreedores. Es necesario reducirlo como sea. ¿Y cuál sería la manera? Oh, sorpresa: reducir el gasto y subir impuestos... ¡justamente lo que iba a ocurrir con el abismo fiscal! Es decir que ese terrible "abismo" que había que evitar era precisamente lo idóneo para rebajar la deuda; pero paradójicamente, se considera desastroso para el desarrollo de la economía, por lo que se ve como el mayor desastre posible.

Y he aquí la contradicción inherente al sistema: una economía que sólo cree en el crecimiento ilimitado, y en un bienestar ficticio que se mantiene únicamente gracias al préstamo de los usureros, es un sistema abocado al fracaso. Es como un drogadicto que dice que quiere dejar su droga, pero que cada día se suministra su dosis, con la excusa de que es lo único que le ayuda a sobrevivir. Cuando la adicción ya sea muy grande y no tenga vuelta atrás, sólo le quedará la muerte.

Lo que ocurrió ayer puede parecer una victoria temporal, pero en realidad no es más que otro capítulo de la farsa con la que se intenta tapar el declive de nuestra civilización, de nuestro sistema económico y financiero capitalista de los siglos XX y XXI.

Yo presumo que a partir de ahora ocurrirá lo siguiente: durante un par de meses tendremos una calma tensa, en la que incluso subirá la bolsa (hoy ya lo ha hecho). A mediados de febrero, ese problema que ahora se ha aplazado, volverá a tocar a la puerta, pero esta vez con un agravante: que la deuda volverá a tocar techo, y será necesario entonces decidir si se aplican realmente las reducciones de prestaciones o si se eleva (aún más) el techo de deuda. Evidentemente, se optará por lo segundo, aunque sí se tomará alguna medida de reducción, para dar la imagen de decisión salomónica, que tanto gusta a los políticos de cara a la galería.

Al final, todo será una solución a medias, que ni resuelve el problema de la deuda, ni evita el empeoramiento de las condiciones de vida de los ciudadanos. La única medida positiva, el aumento de impuestos a los más ricos acordado ayer y aprobado hoy, será muy insuficiente para detener el desastre.

Es sólo cuestión de tiempo que el límite de la deuda sea tan alto que los inversores no confíen más en la capacidad de EEUU de devolver los préstamos, exactamente igual que ahora pasa con Grecia. Una vez se alcance ese punto de desconfianza (y se alcanzará, porque la confianza no es infinita), ya no habrá solución posible, y es totalmente imprevisible el desenlace. No soy un experto, pero tiene pinta de que los primeros brotes de desconfianza pueden comenzar a producirse en 2013, sobre todo en febrero, cuando se represente el siguiente acto de la farsa.

Este año puede hacer historia, como 1789, 1929 o 1939. Preparen las palomitas.