viernes, 22 de febrero de 2013

En qué se parecen los ciudadanos españoles y la ONU

  1. Nunca se ponen de acuerdo.
  2. Nadie les hace caso.
  3. Todos les acusan de ser unos vagos y de cobrar por no hacer nada.
  4. Siempre se declaran profundamente irritados por todo lo que pasa en el mundo, pero no hacen nada por solucionarlo.
  5. Tienen unas fuerzas armadas, pero que están de adorno.
  6. Nunca asumen la culpa de nada, la culpa es de unos malvados que hay por el mundo.
  7. No se preocupan de los problemas hasta que no son ya una realidad casi irresoluble, e incluso entonces lo único que hacen son declaraciones, no actúan.
  8. Su estructura política es una herencia de la Segunda Guerra Mundial. 
  9. Son muchos, pero en el fondo, sólo mandan cinco. 
  10. La mayoría piensan que trabajar fuera de su país es mejor que quedarse en él.
  11. Presumen de diversidad cultural, pero al final casi todos siguen lo que hacen los americanos.

lunes, 4 de febrero de 2013

La neolengua y sus modalidades

Hace ya unos años, en 2003, los medios de comunicación españoles publicaban que el presidente de los EEUU, George Bush, había propuesto una hoja de ruta para la paz en Palestina. Me llamó la atención aquella expresión porque apenas la había oído en mi vida (se usa habitualmente para camioneros que reparten su mercancía, no para planes de paz), y de pronto todos los telediarios y periódicos la usaban, traduciéndola de la expresión original del inglés, road map. De repente, un término que apenas se usaba, pasó a ponerse de moda, y a partir de entonces, cualquier propuesta compleja presentada por algún político para afrontar un problema importante, pasó a denominarse, para los periodistas españoles, una hoja de ruta. Ya no existen los proyectos, las propuestas o los planes. Todo son hojas de ruta. Incluso en mi empresa mis jefes la han usado varias veces para hablar de los planes de futuro. Quién me lo iba a decir, ahora resulta que todos somos camioneros.

Estos días me ha venido a la memoria aquella moda porque durante varios días los meteorólogos nos han repetido hasta la saciedad que estábamos siendo afectados por una ciclogénesis explosiva. Ojo, no un temporal, una borrasca, un aguacero... no, no, esto suena mucho más catastrófico y apocalíptico: una ciclogénesis explosiva.

Esto es lo que me imagino si me hablan de tormentaEsto es lo que me imagino si me hablan de ciclogénesis explosiva
Joder, es que se me llena la boca cada vez que lo digo; repetid conmigo: ciclogénesis explosiva. ¿No os suena casi como de película, algo así como Armageddon? No me extraña que los periódicos lo hayan usado tanto para sus portadas, es casi como anunciar el fin del mundo. Además, tiene un cierto toque científico que gusta porque parece como que estás siendo más exacto en el uso de los términos (aunque en realidad sólo los uses porque crees que quedan bien). Te da autoridad; parece que sabes de lo que hablas.

Ya algunos han comentado mejor que yo el abuso de esta pintoresca expresión, pero a mí me ha llamado la atención especialmente por el descuido que suponen a la hora de usar el idioma. Todo esto da origen a auténticas neolenguas, como la que se usa en economía y política. Nuestros políticos y economistas son especialistas en violentar el lenguaje y acabar diciendo cosas tan graciosas como crecimiento negativo (¿no es más claro decir descenso o decrecimiento?) o desaceleración económica para referirse a una crisis, sólo por no tener que pasar el mal trago de pronunciar una palabra que les comprometa. De hecho, durante el último gobierno de Zapatero, crisis se convirtió en palabra tabú, casi de la misma manera que ahora lo es la palabra rescate, que se sustituye por reestructuración de la deuda.

Quizás algún día llamemos a esto decrecimiento negativo
En ocasiones la neolengua constituye un auténtico insulto a la inteligencia del oyente o lector, como cuando el ministro Montoro llama incentivo a la tributación de rentas no declaradas a una amnistía fiscal, o cuando la señora Cifuentes habla de modular el derecho de manifestación, cuando en realidad a lo que se refiere es a limitarlo para que los manifestantes no puedan jamás ejercer su derecho de una manera efectiva.

Ya el colmo de la torpeza lo pone Fátima Báñez cuando dice que está muy moderadamente satisfecha. Mis neuronas se quedan bloqueadas ante tal expresión; no sé si quedarme con el muy o con el moderadamente. Decididamente, intuyo que me quieren tomar el pelo.

Al final, entre los oscuros intereses de los políticos y la dejadez o el sensacionalismo de los periodistas, uno casi no puede leer o escuchar las noticias sin sentir vergüenza ajena continuamente. Uno se cansa de que no se llame a las cosas por su nombre, de que todos los periodistas hablen como robots que sólo saben pronunciar frases hechas impuestas por la moda del momento.

Por eso tienen éxito personas como Jordi Évole, porque usan el lenguaje de un modo normal, diciendo las cosas como son y hablando como cualquiera de nosotros. No pido más. No necesito a Cicerón dando lecciones de retórica. Me basta con un tipo bajito, con su camisa a cuadros y sus tejanos, hablando de tal manera que por lo menos parezca que realmente piensa lo que dice, y no que simplemente lee un guión plagado de estereotipos y filtrado por tabúes.

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