lunes, 6 de mayo de 2013

Teruel existe... vaya si existe

Teruel
Esta frase se ha convertido en un clásico, hasta el punto de que incluso los recuerdos turísticos turolenses la usan como lema. Y es que Teruel tiene fama de ser una de las provincias menos visitadas y conocidas de nuestro turístico país, un triste liderazgo que probablemente comparte con Palencia y Albacete. A ello contribuyen, sin duda, su frío clima y sus pésimas comunicaciones.

Pero como soy de los que piensan que a menudo los mejores tesoros se mantienen apartados del gran público, y que vale la pena aventurarse a descubrir aquellos lugares sobre los que casi nada sabemos, decidí visitar la provincia recientemente, aprovechando uno de mis viajes hacia en centro peninsular. Y descubrí, como me esperaba que sí, que Teruel existe. Vaya que si existe.
Morella

Mi viaje comenzó en realidad unos kilómetros antes, en el también muy desconocido interior de la provincia de Castellón, en la ciudad amurallada de Morella, centro turístico de la zona gracias entre otras cosas a sus bien conservadas murallas, su elevado castillo y su aspecto de antigua fortaleza medieval.

El trayecto hacia Teruel desde allí no resulta sencillo. Sólo hay carreteras locales que transcurren a través de las montañas. No es de extrañar, pues Morella se encuentra prácticamente en el centro de una amplia zona por la que no pasan carreteras importantes. De ahí que llegar a Teruel desde un sitio que no sea Zaragoza o Valencia, resulta francamente incómodo.
Mirambel

Pero todo tiene su parte positiva, y en este caso, la dificultad de las carreteras nos permite descubrir pequeñas joyas en una región casi totalmente libre del turismo masificado. Desgraciadamente no tuve tiempo de hacer un recorrido exhaustivo, pero sí de visitar un par de lugares. 

El primer pueblo interesante que encontramos al entrar en la provincia es Mirambel, un pequeño pueblo que tiene pinta de haber sido rehabilitado recientemente. Las construcciones mantienen un sabor muy tradicional y natural, alejado de esas reconstrucciones artificiosas con aire de parque temático. Los balcones de madera oscura, las paredes de piedra, las murallas y la torre de la entrada... todo recuerda un pasado más glorioso, al que ha seguido un cierto abandono. Por suerte la villa no ha caído en el olvido, y se nota que el esfuerzo de los vecinos, y seguramente de la Administración, ha permitido mantener vivo su espíritu.

Cantavieja
Un poco más hacia el Oeste, en lo alto de una montaña en la que se refugian sus murallas, como las de tantas otras poblaciones de la Reconquista, se halla Cantavieja; un municipio que, al igual que Morella, tuvo un papel importante durante las Guerras Carlistas.

A partir de aquí, continúan las tortuosas carreteras de montaña, en las que existen también otros pueblos singulares, como dos poblaciones muy cercanas entre sí, cuyos nombres están invertidos: Rubielos de Mora y Mora de Rubielos. Desgraciadamente, no dispuse de tiempo para visitarlas.

En cuanto llegamos a la ciudad de Teruel, nos sorprende descubrir ciertas joyas singulares, como su acueducto-puente, o sus bonitos edificios modernistas, obra de Pablo Monguió, un arquitecto tarraconense, discípulo de Gaudí. Alguno de ellos se encuentra en la plaza más céntrica y animada de la ciudad: la plaza del "torico", una plaza que tiene otros nombres, pero que es llamada así por la estatua de un pequeño toro que adorna su centro.

Especialmente original es la enorme escalinata que conduce a la estación de tren, que se encuentra bastante más baja que el casco antiguo. Para mí, es el gran atractivo de la ciudad.

También singular y bien conservada es su catedral. Cierto que en España tenemos muchas y muy bellas catedrales, pero no todas las ciudades tienen una catedral morisca adornada con esa especial mezcla de azul y ladrillo, que le da un toque completamente diferente.


En general, me parece un sitio bastante recomendable, no sólo porque supera las expectativas del visitante, sino porque, al ser un lugar poco visitado, nos permite disfrutar de él tranquilamente y a un precio asequible.

Dejamos ya la ciudad, y nos dirigimos rumbo a Cuenca, a través de la Sierra de Albarracín, un lugar maravilloso que vale la pena visitar. En cuanto empiezan sus montañas, descubrimos unos singulares agujeros en las piedras, por los transcurría el agua que los romanos llevaban a la ciudad.

Al poco rato llegamos a uno de los pueblos más bellos de España, que da nombre a la sierra: Albarracín. Situado en la ladera de una montaña y protegido por una espectacular muralla que escala el monte hasta su cima, este pueblo ha conseguido salvar su esencia del paso del tiempo, en buena medida gracias al turismo.

Resulta bastante duro ascender por sus empinadas calles desde el río, y pasear junto a sus casas de piedra, pero vale la pena el esfuerzo, porque pocas poblaciones tienen esa combinación de montaña, bosque, río, casas antiguas vistas espectaculares, variedad de lugares para comer y alojarse... es algo que las dos fotos que pongo no pueden reflejar, hay que estar allí y disfrutarlo.

Una vez nos despedimos de Albarracín, nos espera un largo camino por altas montañas hasta la provincia de Cuenca, pero aún hay un último lugar por visitar antes de entrar en Castilla-La Mancha: el nacimiento del río Tajo.

En efecto, en medio de estas montañas, en un lugar elevado donde los árboles se separan y dejan ver la hierba y algunos manantiales, nace el río más largo de la península.

Allá se alza un monumento al río, y junto a él se puede observar cómo los manantiales de la explanada confluyen en una pequeña laguna, a partir de la cual comienza a fluir el río, rumbo al Altántico.

Y hasta aquí llega el viaje que os quería mostrar. Espero que os haya gustado y que os invite a visitar esta región. Vale la pena. Y es que resulta sorprendente que una de las provincias menos conocidas del país guarde tantos tesoros. Aunque por otro lado es de agradecer, porque eso permite al visitante contemplarlos sin el fastidio de las hordas de turistas o la estafa de los negocietes surgidos alrededor de los lugares famosos, donde cualquier cosa te cuesta el doble de lo normal, sólo porque está al lado de cierta plaza, cierta iglesia o cierto castillo.

Realmente, la desconocida Teruel es mucho más bonita e interesante que la muy conocida Zaragoza, ciudad en la que apenas hay nada que ver, pero que, en parte por su estratégica situación, en parte por la exagerada fama de su "pilarica" le ha arrebatado el protagonismo a su hermana aragonesa. Y por cierto, una última curiosidad sobre Zaragoza: resulta paradójico que, a pesar de tener muy poco que visitar, una de sus mayores joyas, el Palacio de la Aljafería, sea apenas conocida por el público. Será que en Aragón, todas las joyas están escondidas.