martes, 1 de julio de 2014

La magia del 1.0

Mucho se ha hablado sobre Internet y los beneficios o perjuicios que ha provocado en la sociedad. Sin embargo, poco se ha dicho sobre la liberación que supuso para el subconsciente de toda una generación.

Antes de Internet, las maneras que un individuo tenía de expresarse eran muy limitadas. Se trataba de comunicaciones uno a uno (llamar a alguien por teléfono, escribirle una carta). Salvo los periodistas y escritores, poca gente tenía la posibilidad de difundir sus opiniones, e incluso éstos debían hacerlo bajo el riesgo de ser criticados por ello. De ahí que antiguamente se estilase bastante publicar libros bajo un pseudónimo.

Internet cambió todo eso. No solamente ahora cualquiera podía opinar y contar cosas, sino que podía hacerlo bajo un pseudónimo (ahora "nick") que ocultaba su identidad. Esto liberó el subconsciente de mucha gente de una manera brutal. Un hombre podía publicar poesías bonitas sin temor a que le tachasen de blando; una mujer podía decir cosas desvergonzadas sin ser al día siguiente la comidilla del barrio; una persona respetable podía despotricar sobre cualquier cosa, contar chistes verdes, o racistas o burlarse de otras personas supuestamente respetables, sin temor.

¿Nos damos cuenta de la liberación psicológica que eso suponía? A su lado, la nueva red 2.0 en la que incluso facebook nos obliga a usar nuestro nombre real, resulta extraña. Nos sentimos desnudos y espiados; de ahí tanta preocupación por la privacidad.

La red supuso toda una liberación de energías. Pensemos en la ingente cantidad de población sin aparentes aspiraciones artísticas que ahora publican artículos en un blog o fotografías en su página de pintertest. Nunca en ningún otro momento de la historia hubo tanta creatividad. Naturalmente, impera la mediocridad y abundan los diletantes, pero qué importa eso si al final la población en su conjunto consigue asimilar las artes con mucha más intensidad que en ningún otro siglo. Porque leer libros ayuda, pero intentar escribirlos, ayuda más.

Desgraciadamente, la cada vez menos oculta identidad del autor hace que afloren los miedos. Ya no hay esa despreocupada espontaneidad de hace 10 años, y el autor, temeroso de que se le localice e incluso, quien sabe, haste se le denuncie, vuelve a caer en la censura, en lo políticamente correcto, y pierde así una gran parte de su riqueza, que sólo el subconsciente liberado puede dar.