viernes, 10 de julio de 2009

Por qué la Luna (II)

Antes de decidirnos por la Luna o por Marte, creo que es necesario revisar ciertas ideas a tener en cuenta.

Misión puntual vs. misión permanente

En mi opinión, existe una gran diferencia entre una misión puntual y un proyecto a largo plazo. En los primeros tiempos de la astronáutica, sólo se planteaban misiones puntuales. El objetivo de Gagarin era subir hasta la órbita terrestre y volver en seguida. El objetivo de Armstrong y Aldrin era plantar la banderita de barras y estrellas. Y así con todo. Cada misión estaba orientada a unas horas o unos pocos días de actividad. Para ello se construía un enorme cohete, se preparaba a los astronautas, se enviaba un barco a buscarlos al océano... Un enorme derroche de medios con el único objetivo de llevar a cabo una acción puntual, la cual, encima, podía no salir bien.

Este enfoque era comprensible en aquellos primeros tiempos en los que la gracia estaba en ser el primero en colgarse la medalla de haber logrado tal o cual hito. Pero a medida que fueron pasando los años, el enfoque comenzó a ser más práctico. Aparecieron las estaciones espaciales, para maximizar el tiempo útil de permanencia de los cosmonautas respecto a la cantidad de lanzamientos, y Rusia apostó decididamente por este enfoque. Estados Unidos, en cambio, planteó el problema como una simple cuestión de "reutilización" de los módulos y presentó el "Shuttle", una nave muy mediática (porque no nos engañemos, vende más un ingenio con alas que la amorfa Soyuz) que en teoría iba a abaratar el coste de los vuelos. Sin embargo, el concepto de fondo se mantenía: misiones cortas y por tanto escasa presencia en el espacio.

Creo que a estas alturas es ya irrefutable que el tiempo ha dado la razón a los rusos. Por mucho que en su momento pareciese que el transbordador hacía que EEUU tomara la delantera, la estrategia de aprovechar una base permanente como eran las Salyut y la Mir, resulta a la larga más eficiente que reaprovechar una pequeña parte del ingenio que sale de tierra. Además, no es comparable una misión de meses de permanencia con otra que sólo dura unos días. Por mucho que el avioncito vuelva a casa, sale más a cuenta quedarse más tiempo e ir recibiendo suministros de una Progress. Esto ha quedado patente en la apuesta internacional por la ISS y en el abandono del transbordador por la NASA para el próximo año. Sí, nadie niega que estéticamente fue un gran aporte en su momento, pero no es la mejor solución, y de hecho, tanto Rusia como la ESA, que llegaron a pensar en tener también el suyo, han acabado prefiriendo diseños más "feos" pero más prácticos.

En las sondas espaciales, la progresión es también similar. Si nos dan a escoger entre una misión como la Cassini o como las de los rovers que han recorrido Marte, y por otro lado una visita de unos pocos días de una sonda a cualquier cuerpo celeste, creo que siempre preferiremos la primera opción. Quizás no sea así si nunca se ha llegado a ese cuerpo (caso de Plutón), pero cuando se trata de un "viejo conocido" como Marte o Júpiter, resulta chochante plantearse un viaje, por barato que salga, en el que todo el objetivo es tomar cuatro fotos y realizar unas pocas mediciones. Ya sabemos que se puede llegar allá, y ya hemos visto cómo son por encima; si vamos, es para obtener resultados sustanciales, y esto sólo es posible con sondas capaces de realizar misiones de meses y obtener una gran cantidad de datos.

¿Cómo afecta esto a la futura misión tripulada a Marte? Lo discutiré en la siguiente entrada. Ahora vamos a fijarnos en otra idea.

Orden de magnitud de la dificultad

Creo que en un desafío como la conquista del Espacio, en el que los objetivos a muy largo plazo son tan distantes y quizás imposibles (imaginemos viajes a otras galaxias e incluso a otros cúmulos de galaxias), hay que tener claro qué orden de magnitud tienen los problemas que somos capaces de resolver. Está claro que si no somos capaces de ir al planeta de al lado no tiene sentido ir a otra galaxia, aunque quizás si que podamos preferir un viaje a otro planeta algo más alejado pero más interesante.

Por ejemplo, ahora mismo probablemente sería más o menos igual de factible un viaje a Mercurio que a Marte. Sin embargo, nadie se plantea la primera opción, puesto que hay lugares mucho más interesantes a los que ir antes. Precisamente este es uno de los grandes argumentos de quienes defienden la opción marciana: ¿Para qué ir a un cuerpo rocoso y muerto como la Luna, cuando hay otro como Marte tan interesante? Pero esta pregunta deja de lado la importante cuestión de que, mientras ir a Mercurio es algo comparable a ir a Marte, ir a la Luna no lo es: Se trata de una misión con un grado de complejidad mucho menor. Estamos hablando de unos 75 millones de kilómetros de distancia (en el momento de máxima aproximación a la Tierra) contra menos de 400.000. La Luna está, por tanto, más de 100 veces más cerca, dos órdenes de magnitud.

A esto podríamos sumarle más inconvenientes, porque para colmo, la gravedad marciana es mayor, lo que obliga a disponer de más potencia para aterrizar y para despegar; y por si fuera poco, la escasa fuerza de la luz solar obliga a disponer de grandes paneles solares para abastecerse de energía eléctrica, o fuentes de energía alternativas como la nuclear. Pero en cualquier caso la gran dificultad es que se trata de un problema completamente diferente. Las dos misiones no son comparables en dificultad y, por tanto, los riesgos y los esfuerzos necesarios para cada una tampoco.

Aquí es donde surge una duda general: Antes de afrontar desafíos de un nivel superior, ¿debemos tener ya una experiencia probada en los de nivel inferior? Yo creo que sí. Hubiera sido absurdo querer llegar a la Luna sin una amplia experiencia en vuelos orbitales tripulados, como hubiera sido una estupidez realizar vuelos tripulados sin haber realizado antes vuelos no tripulados, etc. Por la misma razón, dudo mucho que alguien piense en realizar viajes interestelares antes de disponer de una experiencia probada en viajes dentro de nuestro propio sistema solar.

La impaciencia de algunos por afrontar los desafíos más ambiciosos es comprensible, porque son también los que más nos apasionan, pero no es aconsejable. A todos nos encantaría enviar una nave a un exoplaneta, descubrir allá que existe otra civilización y entrar en contacto con ella, etc., pero creo que es razonable haber desarrollado antes la capacidad de llegar a cualquier punto del Sistema Solar. Esta capacidad no es necesario que haya sido probada en cada rincón de nuestro entorno, pero sí que debe estar ya madura como para atrevernos a dar el siguiente paso. De lo contrario, el salto al siguiente desafío no servirá de mucho, porque al final tendremos que dar marcha atrás y acabar de desarrollar lo que nos quedaba por hacer. En realidad, esto mismo es lo que ha ocurrido con la Luna.

La Luna como escala

En 1969, la NASA llevó a cabo una misión desproporcionada para la tecnología de la época, y por eso luego hubo que dejar a la Luna de lado e ir mejorando nuestra experiencia en la construcción de bases espaciales; hasta ahora, que ya estamos en disposición de afrontar ese desafío. La llegada de Armstrong estuvo bien como símbolo y como acicate, pero desde el punto de vista práctico fue bastante ilógica. Ahora ya no lo es tanto, porque nos encontramos en un momento tecnológico adecuado. Nos resulta relativamente "fácil" viajar por nuestro entorno más cercano; la ISS ha permitido tener una gran experiencia sobre la permanencia humana en el espacio en bases permanentes; se ha visto que es posible una cooperación internacional que haga las cosas más fáciles; el nivel de las diversas ingenierías hace factible la colonización de la Luna sin necesidad de desarrollar nada nuevo o especialmente arriesgado. En definitiva, es un proyecto totalmente asumible.

Sobre la misión a Marte, no se puede decir lo mismo. Jamás se ha realizado un viaje tan largo, ni a una centésima parte de esa distancia. Jamás se ha permanecido en la superficie de otro cuerpo que no sea la Tierra durante varios días, ya no digamos meses, como se pretende hacer. Las características de la nave que tenga que realizar el viaje son muy diferentes a las de cualquiera ya construída, y ya no digamos el módulo de aterrizaje/despegue. Jamás nave alguna ha despegado de Marte, y así como en la Luna, la baja gravedad y la ausencia de atmósfera permiten despegar con un módulo sencillo, en Marte no parece tan fácil.

Se ha dicho también muchas veces que la base lunar no es necesaria para el viaje a Marte, ni como escala (es más práctico ir directamente que pasar por la Luna) ni como experiencia previa (las condiciones marcianas son muy diferentes a las lunares). Lo de la escala es totalmente cierto; lo de la experiencia lo es parcialmente (algo siempre se puede aprender de la experiencia lunar). Debemos pensar a más largo plazo: Tarde o temprano querremos ir más allá incluso de Marte. Ganímedes, Europa, Titán, Encédalo... incluso Plutón probablemente acabe recibiendo alguna visita nuestra, dentro de mucho tiempo. Algunos de estos cuerpos se parecen más a la Luna y otros menos, pero está claro que una humanidad que disponga de la experiencia de colonizar la Luna, está más preparada para dirigirse a cualquiera de ellos que una que no lo esté. Quizás entornos como Titán requieran naves algo diferentes, pero otros como Ganímedes no tanto, y en cualquier caso, la experiencia de disponer de una base en un suelo no terrestre, de desplazarse con vehículos por su superficie, de disponer de un habitáculo adecuado, etc., será muy parecida. Si ahora mismo ya se prueban estas cosas en los desiertos de la Tierra, ¿no iba a ser más útil una prueba en la Luna?

En el próximo artículo, más.

Imagen: http://losojosdelaluna.bligoo.com/content/view/532604/Alta-va-la-luna-de-Federico-Garcia-lorca.html

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