Uno de los hechos más lamentables de los últimos meses es la miserable reacción de los países occidentales, esos que se creen los campones de la democracia y la libertad, ante los hechos que están ocurriendo en los países musulmanes, pero especialmente en Túnez y Egipto. La vergüenza que produce la tibia y dubitativa respuesta occidental sólo se ve atenuada porque, al fin y al cabo, ya no nos pilla de sorpresa. Todos conocemos bien a nuestros gobiernos y no esperábamos otra cosa. Vergüenza.
Se está hablando mucho estos días de este pragmatismo político, perfectamente definido por aquella máxima de la diplomacia estadounidense referida a Sadam Husein: Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta. En definitiva, a Occidente le importan un pimiento todas esas cosas por las que dice luchar, siempre y cuando a cambio tenga un aliado que defienda sus intereses. Económicos, se entiende, puesto que a nuestros políticos ya no les interesa otra cosa.
Ahora bien, hay que tener cuidado con estas políticas. A veces nuestro hijo de puta puede volverse contra nosotros. En los años 30 ninguna democracia movió un dedo por ayudar a la República española. ¿La razón? Que los magnates de los negocios temían más a los comunistas que a los fascistas. Esa misma razón contribuyó a la tibieza con la que se reaccionó a todas y cada una de las decisiones de Hitler, hasta que la invasión de Polonia llevó las cosas ya demasiado lejos. Pero entonces ya fue tarde. Sí, hasta aquel momento Hitler había sido su hijo de puta. Pero tratar con hijos de puta es lo que tiene, que cuando menos te lo esperas te clavan el puñal por la espalda.
No se puede jugar con los principios, porque aunque parezca que son simplemente una cuestión filosófica, al final también son una razón práctica. Si apoyas a un tirano, no tendrás nunca un aliado fiel. O él mismo te traicionará y se volverá contra ti, o el pueblo que lo derroque te verá como un enemigo. Es lo que está ocurriendo ahora también. Algunos egipcios ven a Occidente como ese bloque que permitió que Mubarak le oprimiese durante décadas. ¿Con qué excusas recibiremos a los ministros del gobierno que se acabe formando, cuando nos echen en cara haber colaborado con quienes les oprimieron? ¿Qué liderazgo diplomático pretendemos ofrecer cuando nuestros hechos desmienten nuestras palabras? ¿Qué autoridad pretendemos exhibir al criticar a China o a cualquier otra nación por su política interna? Al final, tratar con hijos de puta acaba haciendo que tú mismo, en el fondo, también lo seas.
Imagen: http://egipto.pordescubrir.com/manifestaciones-contra-mubarak-egipto.html
Se está hablando mucho estos días de este pragmatismo político, perfectamente definido por aquella máxima de la diplomacia estadounidense referida a Sadam Husein: Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta. En definitiva, a Occidente le importan un pimiento todas esas cosas por las que dice luchar, siempre y cuando a cambio tenga un aliado que defienda sus intereses. Económicos, se entiende, puesto que a nuestros políticos ya no les interesa otra cosa.
Ahora bien, hay que tener cuidado con estas políticas. A veces nuestro hijo de puta puede volverse contra nosotros. En los años 30 ninguna democracia movió un dedo por ayudar a la República española. ¿La razón? Que los magnates de los negocios temían más a los comunistas que a los fascistas. Esa misma razón contribuyó a la tibieza con la que se reaccionó a todas y cada una de las decisiones de Hitler, hasta que la invasión de Polonia llevó las cosas ya demasiado lejos. Pero entonces ya fue tarde. Sí, hasta aquel momento Hitler había sido su hijo de puta. Pero tratar con hijos de puta es lo que tiene, que cuando menos te lo esperas te clavan el puñal por la espalda.
No se puede jugar con los principios, porque aunque parezca que son simplemente una cuestión filosófica, al final también son una razón práctica. Si apoyas a un tirano, no tendrás nunca un aliado fiel. O él mismo te traicionará y se volverá contra ti, o el pueblo que lo derroque te verá como un enemigo. Es lo que está ocurriendo ahora también. Algunos egipcios ven a Occidente como ese bloque que permitió que Mubarak le oprimiese durante décadas. ¿Con qué excusas recibiremos a los ministros del gobierno que se acabe formando, cuando nos echen en cara haber colaborado con quienes les oprimieron? ¿Qué liderazgo diplomático pretendemos ofrecer cuando nuestros hechos desmienten nuestras palabras? ¿Qué autoridad pretendemos exhibir al criticar a China o a cualquier otra nación por su política interna? Al final, tratar con hijos de puta acaba haciendo que tú mismo, en el fondo, también lo seas.
Imagen: http://egipto.pordescubrir.com/manifestaciones-contra-mubarak-egipto.html
1 comentario:
Cuanta razón...
El GRAN PROBLEMA (así, con mayúsculas), es que las decisiones de calado internacional las toman los magnates económicos, y el poder político siempre se ha subordinado -y siempre se subordinará, mientras se le consienta- al poder económico.
Un simple barniz de democracia no ha hecho cambiar tanto las cosas...
P.D.: Es mi primera visita a tu blog. Y promete...
Un saludo!
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