No hace ni un mes que en una de mis últimas entradas comentaba la vuelta atrás de nuestra sociedad hacia métodos inquisitoriales que parecían propios del pasado, cuando va y estalla la polémica sobre la portada de la revista El Jueves. Quienes siguen esta revista saben que no es sino una portada más, incluso menos fuerte que muchas otras. La diferencia estriba en que ahora a determinado fiscal se le ha metido en la mollera que con la casa real no se mete ni Dios. Pues nada, hombre, te pones el traje de Torquemada y desatas tu ira sobre los dibujantes. ¿Qué vas a conseguir? Lo que ya has conseguido: que todo el mundo haya visto la portada y hable de ella. Vamos, yo soy el príncipe y te doy dos hostias por listo.
Desde mi humilde punto de vista, todos estos coletazos inquisitoriales no son más que un esfuerzo vano de cierta parte de la sociedad por intentar convertir en respetable lo que no merece serlo. Me explico: La persona realmente admirable, no necesita de censuras. Sus acciones, sus palabras, su actitud, su autoridad innegable imponen respeto allá donde va, de tal modo que quienes se atreven a difamarle son objeto de desprecio por el resto de la gente, sin que ninguna ley o fiscal lo pida. En cambio, con estos personajillos de hoy en día que hacen de príncipes, de presidentes, de ministros, pero que en realidad no son sino seres normales y corrientes, que no están a la altura de su puesto, es fácil que surjan las burlas y las críticas, y por eso necesitan que se les proteja artificialmente. Por eso en USA se censuran las camisetas contra Bush, o aquí las viñetas contra el príncipe... El Estado intenta crear autoridad donde no puede haberla, pues no hay ni siquiera dotes de mando. ¿Cómo se puede respetar, por ejemplo, a unos políticos como los de hoy en día, que por no ser no son ni buenos oradores? Que un político democrático no sea un buen orador me parece un crimen, pues su función es justamente discutir con los demás. Si hasta Hitler era un buen orador, ¿por qué ellos no pueden serlo? En el mejor de los casos son unos liantes, como Rajoy, que dan vueltas sobre lo mismo sin decir nada, pero buenos oradores... qué pocos quedan.
Llama la atención, por ejemplo, la falta de retórica de la casa real. Unas personas que desde que nacen se dedican casi exclusivamente a dar discursos y viajar por el mundo entrevistándose con los más diversos personajes ¿necesitan aún que alguien les pase por escrito un aburrido discurso que ni siquiera saben leer con una cierta gracia? Tengo entendido que el príncipe tiene 39 años. ¿39 años no son suficientes para aprender a recitar un discurso de diez minutos? No le pido más, simplemente que disimule un poco... ni eso. ¿Y a un personaje así es al que no se le puede dedicar una viñeta sobre la última medida del gobierno?
Afortunadamente, estas medidas llegan tarde. La sociedad, apoyándose en una red difícilmente censurable, puede reaccionar a tiempo y neutralizar estos desesperados intentos por coartar la libertad. Demasiado tarde, Torquemada.
Desde mi humilde punto de vista, todos estos coletazos inquisitoriales no son más que un esfuerzo vano de cierta parte de la sociedad por intentar convertir en respetable lo que no merece serlo. Me explico: La persona realmente admirable, no necesita de censuras. Sus acciones, sus palabras, su actitud, su autoridad innegable imponen respeto allá donde va, de tal modo que quienes se atreven a difamarle son objeto de desprecio por el resto de la gente, sin que ninguna ley o fiscal lo pida. En cambio, con estos personajillos de hoy en día que hacen de príncipes, de presidentes, de ministros, pero que en realidad no son sino seres normales y corrientes, que no están a la altura de su puesto, es fácil que surjan las burlas y las críticas, y por eso necesitan que se les proteja artificialmente. Por eso en USA se censuran las camisetas contra Bush, o aquí las viñetas contra el príncipe... El Estado intenta crear autoridad donde no puede haberla, pues no hay ni siquiera dotes de mando. ¿Cómo se puede respetar, por ejemplo, a unos políticos como los de hoy en día, que por no ser no son ni buenos oradores? Que un político democrático no sea un buen orador me parece un crimen, pues su función es justamente discutir con los demás. Si hasta Hitler era un buen orador, ¿por qué ellos no pueden serlo? En el mejor de los casos son unos liantes, como Rajoy, que dan vueltas sobre lo mismo sin decir nada, pero buenos oradores... qué pocos quedan.
Llama la atención, por ejemplo, la falta de retórica de la casa real. Unas personas que desde que nacen se dedican casi exclusivamente a dar discursos y viajar por el mundo entrevistándose con los más diversos personajes ¿necesitan aún que alguien les pase por escrito un aburrido discurso que ni siquiera saben leer con una cierta gracia? Tengo entendido que el príncipe tiene 39 años. ¿39 años no son suficientes para aprender a recitar un discurso de diez minutos? No le pido más, simplemente que disimule un poco... ni eso. ¿Y a un personaje así es al que no se le puede dedicar una viñeta sobre la última medida del gobierno?
Afortunadamente, estas medidas llegan tarde. La sociedad, apoyándose en una red difícilmente censurable, puede reaccionar a tiempo y neutralizar estos desesperados intentos por coartar la libertad. Demasiado tarde, Torquemada.
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