lunes, 12 de marzo de 2012

La teoría RAC (II): Cada cosa tiene su función

Nuestra sociedad, histérica defensora de la fidelidad a cualquier precio, no acepta que uno pueda amar a varias mujeres a la vez, o que las pueda amar de diferente manera; por tanto, la mujer a la que se ama debe acabar convirtiéndose necesariamente en la esposa de uno, y aparte de ella no puede haber ninguna más. Lo contrario, socialmente, se considera una desgracia. Lo mismo les ocurre a ellas con nosotros: deben ser de un solo hombre, no hay alternativa posible.

Como yo no comparto esa filosofía, voy a intentar explicar la razón de mi postura. Pero primero, una analogía ilustrativa:

Existe una conocida regla sobre la dinámica de trabajo en las empresas, conocida como El principio de Peter, que universalmente se acepta como uno de los errores más típicos de las organizaciones. Consiste en elevar de categoría a aquel empleado que hace bien su trabajo, olvidando que, por muy justo que nos pueda parecer el premio, quizás en ese nuevo puesto al que lo ascendemos ya no sea una persona competente. Quien es un buen soldado no tiene por qué ser un buen capitán, del mismo modo que quien es un buen programador no tiene por qué ser un buen jefe de proyecto, o un buen albañil quizás no sea un buen capataz. Si verdaderamente creemos que debemos premiar el trabajo bien hecho, debemos hacerlo de otras maneras (subiendo el sueldo, por ejemplo), pero el lugar en el que trabaja cada uno debe ser elegido sólo por sus capacidades, no por recompensas.

Yo creo que algo parecido ocurre con el amor. Tenemos una buena amiga y creemos que por eso ya podría ser una buena amante; tenemos una buena amante y creemos que por eso ya sería una buena pareja; idealizamos a una chica a la que encontramos encantadora, y ya la vemos como una amante o una esposa, etcétera. Todo eso son errores. Quien es bueno en una situación, quizás no lo sea en otra, por mucho que la segunda nos parezca más ventajosa. Debemos ser capaces de comprender si esa persona debe cumplir una función o la otra; quizás descubramos que, en el fondo, ya está bien como está.

Por ejemplo, se comete un error muy grave al mezclar el amor romántico con el amor conyugal, porque no hay nada más mortífero para el amor romántico que una convivencia prolongada. El estado de enamoramiento es muy frágil; se basa en una elevación de nuestro espíritu casi mística, en la que la amada es casi como un sueño, como una agradable alucinación. Un sentimiento tan delicado no puede mantenerse por mucho tiempo: no estamos todo el día superenamorados a todas horas, sino que experimentamos momentos de enamoramiento. En cierto modo ocurre como con la excitación sexual: uno no está todo el día empalmado, por mucho que le guste su mujer. La consecuencia evidente es que habrá muchos otros momentos en los que habrá que estar junto a la otra persona, sin sentir un gran enamoramiento, y eso romperá la magia del amor romántico, en el cual es necesario ver constantemente a la amada como a un ser divino.

Peor aún: podría ser que, al descender nuestra excitación mística y tranquilizarnos, al verla en su vida cotidiana, con sus manías, con sus arranques de mal humor, con sus silencios o con su indiferencia, nuestro amor romántico difícilmente sobrevivirá. No significa que dejemos de quererla, quizás la querremos, pero en todo caso, será de otra manera. La querremos con cariño, con aprecio, con la paciencia de un esposo... en definitiva, sentiremos el amor conyugal, el que se tiene por la pareja. Pero a cambio, habremos perdido el otro. Eso no está ni bien ni mal, simplemente es un amor diferente, pero hay que escoger si es eso lo que queremos con esa mujer, o si preferimos seguir embelesados con su imagen y su recuerdo. Muy probablemente, la mujer que querremos para una cosa no será la misma que la que querremos para la otra.

Tampoco la prolongación en el tiempo resulta fácil, y así como el amor conyugal dura para toda la vida, el romántico puede desaparecer fácilmente, y quedar en el recuerdo. Debemos decidir si la mujer que tenemos delante es una mujer a la que preferiríamos recordar para siempre o acompañar para siempre.

Lo mismo ocurre con las amantes. Una amante es una mujer con la que se comparten las cosas buenas: quedas con ella, vas a tomar un café, a cenar, a la playa, a la cama, disfrutas del sexo con ella, quizás incluso de maneras que no practicas con tu pareja, la llevas al cine, etc. Pero todo son cosas bonitas. Luego, te despides y adiós. No significa que no la quieras, puede ser una gran persona y una buena amiga, pero seguramente no comparte tus problemas diarios, tus malos humores, tus manías... a lo sumo, le pedirás consejo en algún problema que tengas, o tú se lo darás para alguno suyo. Pero ya. Y eso es en parte lo que hace que mantengas de ella una imagen agradable: porque ni tú tienes que soportarla a ella, ni ella a ti. O muy poco.

Por todo eso, aunque es perfectamente posible que una amante sea una buena candidata para ser nuestra pareja, hay que verlo muy claro y estar muy seguro. Si nos confundimos por la buena impresión que tenemos de ella, quizás luego nos sorprendamos al ver que no podemos aguantarla a todas horas, o que ella no nos aguanta a nosotros.

Alguien podría preguntarse si no basta con el amor conyugal, si no podríamos contentarnos con nuestra pareja. A fin de cuentas, ella nos da compañía y sexo, que es lo que seguramente buscamos en nuestras amantes, y también a veces (aunque no sea un sentimiento continuo) nos enamorará, de una manera parecida a un amor romántico. ¿No es más fácil contentarse sólo con ella y no liarse con el resto? A eso yo respondo que sí, es perfectamente posible hacer eso, y desde luego es la opción más sencilla y menos problemática, pero creo que, en general, no es lo más deseable.

En realidad, la situación de cada uno depende de la época de su vida. Quizás en algún momento se sienta satisfecho con uno solo de los tipos de amor. Quizás el amante se sienta completo con sus amadas, quizás el romántico enamorado prefiera pensar sólo en su diosa, quizás el hombre casado se contente con su esposa y se olvide del resto; pero creo que en muchas ocasiones, la combinación de los diferentes tipos de amor, ayuda a completar nuestros espíritu con todos esos sentimientos, dándonos una existencia más plena. Y yo creo que eso es bueno.

Las amantes cumplen la función de añadir variedad. Nos sacan de la monotonía, nos divierten (y nosotros, es de esperar, las divertimos a ellas), y nos permiten así prolongar más años nuestra convivencia en pareja sin agobiarnos. Muchas veces veo a parejas quemadas, porque llevan muchos años juntos y ya no se aguantan, y no puedo dejar de pensar que, si no se hubieran centrado tanto el uno en el otro, si se hubieran permitido ambos un pequeño respiro con algún/a amante, quizás ahora estarían más relajados y lo llevarían mejor. Es un error pensar que las amantes quebrantan nuestra unión con la otra persona: eso sólo ocurre si caemos en la equivocación de confundir el amor de la amante con el conyugal, y pretendemos entonces cambiar de pareja; si dejamos a cada cual en su sitio y no mezclamos las cosas, yo creo que es positivo.

Del mismo modo, el amor romántico no supone, en mi opinión, ningún problema para el afecto que sentimos por nuestras amantes o por nuestra mujer. Se trata de una experiencia puramente espiritual, que nos ayuda a elevarnos sobre lo cotidiano, y que nada tiene que ver con nuestra convivencia. Por eso creo que, aunque uno bien puede conformarse con uno sólo de estos afectos, la persona que ha conseguido combinar los tres es la que realmente disfruta del amor y la que merece ser más envidiada.

Imagen: http://thesegolilypad.blogspot.com/2009/03/playing-with-king-of-hearts.html

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sigo pensando que sos un genio.