sábado, 20 de octubre de 2007

El círculo de la moral

Entre todas las obras de la cultura grecolatina, que tan importante es para mí, un pequeño fragmente que siempre me ha resultado genial es la introducción que hace Cornelio Neponte a sus biografías de varones ilustres. En ella dice lo siguiente:
No dudo, Ático, que habrá muchos que consideren sin importancia y poco digno del papel representado por varones excelsos este género literario, sobre todo cuando lean que cuento quién enseñó música a Epaminondas y cuando vean que, entre sus cualidades, aludo a su habilidad para la danza y a lo bien que tocaba la flauta.

Sin embargo, éstos serán por lo común personas que, ignorando los escritos de los griegos, pensarán que nada es bueno si no se aviene a sus propias costumbres.

Si consiguiesen aprender que no todos tienen la misma idea de lo que es honesto y vergonzoso, y que todo juicio en este sentido se basa en el uso y costumbre de los antepasados, no se extrañarían de que, a la hora de relatar los grandes hechos de los griegos, me decida a seguir sus propias costumbres.

En efecto, no supuso desdoro alguno para Cimón, ciudadano ateniense tan ilustre, el hecho de haber tomado como esposa a su propia hermana, nacida del mismo padre, pues sus conciudadanos hacían otro tanto por tratarse de una institución pública. Sin embargo, entre nosotros esto se considera abominable. Así también en Creta es motivo de honra y honor entre los adolescentes el haber tenido cuantos más amantes mejor. No hubo en Lacedemonia mujer tan noble como para que, tras enviudar, no aceptase ir a una cena, movida por una recompensa. Casi en toda Grecia fue causa de gran honor el haberse proclamado vencedor en una Olimpíada, y del mismo modo para nadie fue motivo de vergüenza el haber sido actor de teatro y el haberse exhibido públicamente como espectáculo ante el pueblo; y sin embargo todo esto entre nosotros se considera infamante, humillante y muy lejos del concepto de honorabilidad.

Por el contrario, otras muchas cosas que, a nuestro juicio y según nuestras costumbres, son dignas, entre ellos en cambio se reputan como vergonzosas. ¿Qué romano siente vergüenza de llevar a su esposa a un banquete?; o, ¿acaso la dueña de la casa no habita en el lugar más visible de la misma y se deja ver públicamente? Muy distinto es lo que acaece en Grecia, donde a la mujer no se le admite en un banquete salvo que se celebre entre parientes, y no permanece sino en la parte más íntima de la casa, llamada "gineceo", en el que nadie puede penetrar excepto los parientes consanguíneos más próximos.
Siempre que veo a mis contemporáneos echarse las manos a la cabeza por tal o cual tema relacionado con las costumbres, me acuerdo de este texto, mientras me pregunto quién muestra una mente más exenta de prejuicios, si nosotros, los modernos que presumimos de vivir en una época avanzada y liberada de las antiguas supersticiones, o bien este hombre que vivió en el siglo I a.C. Y también me pregunto si la moral no va dando vueltas, en un extraño círculo en el que se alternan los prejuicios, de manera que la moral no evoluciona, sino que va dando vueltas. Es como si existiera un conjunto de prejuicios posibles, y cada época escogiera un subconjunto de ellos para escandalizarse. Cuando pasa el tiempo, la siguiente época desdeña unos cuantos, a los que ya considera "normales", y vuelve a adoptar algunos que antes no lo eran, de manera que la capacidad de escándalo permanece más o menos constante.

Eso no quita que hay sociedades algo más puritanas y otras algo más relajadas. A las décadas de los 70 y 80 les tocó ser relajadas. A la década actual, tan políticamente correcta, con su clara tendencia a escandalizarse por todo, le toca estar en la fase puritana. Es paradójico (puesto que hoy en día se presume de respetar todas las opciones morales), pero cierto. Pertenecemos a las épocas en las que la sociedad se asusta de ciertas cosas, que durante siglos se han llevado a cabo sin que haya pasado nada. No podríamos ni hablar como habla Cornelio Neponte sin que una turba de impertinentes que no entienden nada nos acusaran de justificar el machismo o la pederastia. La obsesión moral de nuestra época es tan aguda que ya no se puede ni insultar, como señalaba Pérez-Reverte hace tiempo en un acertado artículo. Ya ni se puede llamar a alguien "hijo de puta" porque las señoras que ejercen este oficio pueden sentirse ofendidas. Vergüenza produce saber que antes del nacimiento de Cristo se podía realizar un discurso más libre que ahora, en el tercer milenio. Lo mismo ocurría en temas políticos: Vemos a Sócrates, Platón o Aristóteles cuestionarse las formas de gobierno y resaltar los defectos y virtudes de cada una, de una manera abierta y filosófica, mientras que hoy en día... pobrecito del que pretenda cuestionar, no ya la democracia en general, sino el establishment actual.

A veces envidio a ese Sócrates que caminaba tranquilamente por las calles de Atenas, conversando con sus discípulos.

Imagen: www.eltabacoapesta.com

4 comentarios:

Rebeca dijo...

Y que, fiel a sus creencias, asumio su "castigo" y decidio charlar con sus discipulos mientras bebia de la copa con cicuta en lugar de escapar de la prision, y que tan bien Jacques-Louis David plasmo en el lienzo http://www.malaspina.org/gif/socrates2.jpg ... Tal vez deberiamos dedicar mas tiempo a la filosofia en lugar de malgastar el tiempo inventando nuevos terminos mas "Politicamente Correctos" como el ultimo que he oido: "Shower of thoughts" en lugar de "Brainstorming", que no es lo suficientemente "PC" (?!?, sigo sin entender que hay de malo con el original...) Un saludo.

Johnny Tastavins dijo...

Vaya, ¿estás seguro de lo que dices? ¿Sociedad puritana? No excesivamente. ¿Falta de libertad de expresión? ¿Y qué sino ejerces en este post?

Ciertamente la moral vaga por caminos poco claros, pero creo que por lo menos, libertad de acción y expresión tenemos mucha.

monsieur le six dijo...

Johnny, no es tanto falta de libertad de expresión (que también habría que planteársela después de sucesos como lo de "el Jueves", pero eso es otro tema). Me refiero a cosas como las que cuenta Pérez-Reverte aquí (lectura muy recomendable)
No hablo de la represión policial, sino social. No es que vayan a venir los "grises" a meterte en la cárcel por criticar a un dictador, es que por cualquier pamplina, por cualquier alusión que pudiera, hipotéticamente, molestar a tal o cual colectivo (y mira que los hay sensibles), se te tiran encima montones de personas a la mínima que dices algo.

Prueba a contar un chiste en tu blog sobre negros, homosexuales o el colectivo que te dé la gana, y espera unos días. Entonces entenderás a qué me refiero.

Tengo entendido, por ejemplo, que Loquillo ya no toca nunca en sus conciertos aquel clásico suyo con Los Trogloditas: "La mataré" (una de las mejores canciones del rock español). Por lo visto por presiones de los colectivos de mujeres maltratadas. Sinceramente, me parece un insulto a la inteligencia. Puestos a eso, deberíamos quemar la mitad de las grandes obras de la literatura, unas por una cosa y otras por otra.

O si no a ver si te parece normal lo que cuenta Pérez-Reverte del colectivo de Payasos sin Fronteras. Es que manda huevos. Y es un heho real.

Johnny Tastavins dijo...

Ya te entiendo. Tu libertad de expresión termina donde empieza la de los demás. No obstante, los usos que relaciona con gracia Pérez Reverte son eso, usos cotidianos que ningún colectivo trastornado conseguirá erradicar. Seguiremos teniendo payasos, maricones de playa, soplapollas (o soplagaitas con él dice), tontos del culo, hijos de puta y hasta cabrones. No sé de nadie que haya sido llevado por eso todavía a juicio, y si eso se da, espero del recto criterio del juez una multa por el insulto, nunca por una presunta mala utilización del término coloquial.

Dicho esto, la Sociedad somos todos, y a todos nos toca mojarnos. Publicaste hace poco un estupendo post sobre mamadas y no vi a nadie escandalizado por perturbar su paz. Yo he llamado payaso a más de uno (en mi blog y de palabra) y todavía no me han denunciado. Si vamos consintiendo ese recorte de libertad, otros más vendrán detrás. Por lo tanto, digo SI a la libertad de expresión, y la libertad de llamar payaso a quién actúa en su desempeño con poca seriedad, o soplapollas al que continuamente suelta disparates sin sentido. Por supuesto que no se trata de desconsideración al colectivo circense o a los fabricantes de botellas, sino la utilización de licencias literarias.