Creo que una de las leyes fundamentales que el ciudadano debe aprender para desenvolverse en sociedad es la que yo llamo la ley del equilibrio de la presión. No es ninguna idea innovadora, sino algo que todos intuimos pero que no siempre somos capaces de cumplir bien. Consiste en lo siguiente:
Cuando te desenvuelves en un entorno, ese entorno (tus familiares, tus colegas en la empresa en la que trabajas, tus profesores si eres estudiante, tu pareja si la tienes, tus amigos, etc.) tiene unas necesidades, unas preferencias, unas exigencias... en definitiva unos intereses. Y tú tienes otros. Cuando tus intereses van en la misma dirección que los de tu entorno, el mundo es maravilloso. Ambas fuerzas se complementan y tu entorno te ayuda a cumplir tus deseos, mientras tú ayudas a los demás a cumplir los suyos. Pero como no todo podía ser tan maravilloso, hay innumerables ocasiones en las que tus intereses son unos, y los de tu entorno son otros, que podrían ser incluso los contrarios. Surge entonces el dilema de qué hacer: ceder a la presión del entorno o intentar imponer nuestro criterio.
Cada discrepancia de intereses supone una presión sobre alguien. Si yo quiero una cosa y mis padres quieren otra, ellos probablemente me presionarán para salirse con la suya, y yo les presionaré a ellos para salirme con la mía. Finalmente, como sólo puede ocurrir una cosa en el mundo, una de las dos partes deberá ceder a la presión. Lo mismo ocurre para mis amigos, mi pareja, etc. En el entorno laboral, esto ocurre continuamente: enfrentamientos entre departamentos, entre jefes y empleados. Cada discrepancia en la que nos dejamos vencer aumenta nuestro descontento y nos hace sentirnos presionados por nuestro entorno; inversamente, cada discrepancia en la que vencemos hace que nuestro entorno se sienta presionado por nosotros. Es conveniente, creo yo, conseguir un equilibrio de presión.
La persona que pretende salirse siempre con la suya, es percibida por su entorno como prepotente, inflexible, tozuda y caprichosa. Se desconfía de ella, alimenta rencores y se le hace difícil conseguir apoyos. La persona que siempre se deja vencer, es desgraciada y además ofrece imagen de debilidad, de falta de carácter; su entorno la desprecia y tiende a abusar de ella, puesto que se deja.
La persona sensata debe saber encontrar ese difícil punto en que la presión que nuestro entorno ejerce sobre nosotros se equilibra con la que ella ejercemos sobre él. Deja que sus padres o sus amigos se salgan a veces con la suya, pero guarda siempre alguna ocasión en la que reivindicar sus intereses, haciéndoles recordar todas aquellas otras veces en las que cedió por dar gusto a los demás. Deja que su jefe le amargue con cierto trabajo o responsabilidad extra, pero esquiva aquellos más graves, apoyándose en las otras veces en las que tuvo que cargar con problemas que no le tocaban. La justicia le sirve de argumento y logra no ser desgraciado por culpa de los demás y que los demás no lo sean por culpa suya. Consigue que otros cedan porque es capaz de hacer ver que le asiste la razón, no el capricho. Se le da tan bien ceder como vencer, y no guarda ni provoca rencores. Esto, que parece tan fácil de decir, es una norma básica que resulta muy difícil cumplir en la vida real, porque muchos pecan por no querer renunciar nunca a sus intereses, y algunos por no tener el carácter necesario para defender nunca los suyos.
Imagen: http://www.fiestacampesinasanpedro.cl/tirar%20la%20cuerda.html
Cuando te desenvuelves en un entorno, ese entorno (tus familiares, tus colegas en la empresa en la que trabajas, tus profesores si eres estudiante, tu pareja si la tienes, tus amigos, etc.) tiene unas necesidades, unas preferencias, unas exigencias... en definitiva unos intereses. Y tú tienes otros. Cuando tus intereses van en la misma dirección que los de tu entorno, el mundo es maravilloso. Ambas fuerzas se complementan y tu entorno te ayuda a cumplir tus deseos, mientras tú ayudas a los demás a cumplir los suyos. Pero como no todo podía ser tan maravilloso, hay innumerables ocasiones en las que tus intereses son unos, y los de tu entorno son otros, que podrían ser incluso los contrarios. Surge entonces el dilema de qué hacer: ceder a la presión del entorno o intentar imponer nuestro criterio.
Cada discrepancia de intereses supone una presión sobre alguien. Si yo quiero una cosa y mis padres quieren otra, ellos probablemente me presionarán para salirse con la suya, y yo les presionaré a ellos para salirme con la mía. Finalmente, como sólo puede ocurrir una cosa en el mundo, una de las dos partes deberá ceder a la presión. Lo mismo ocurre para mis amigos, mi pareja, etc. En el entorno laboral, esto ocurre continuamente: enfrentamientos entre departamentos, entre jefes y empleados. Cada discrepancia en la que nos dejamos vencer aumenta nuestro descontento y nos hace sentirnos presionados por nuestro entorno; inversamente, cada discrepancia en la que vencemos hace que nuestro entorno se sienta presionado por nosotros. Es conveniente, creo yo, conseguir un equilibrio de presión.
La persona que pretende salirse siempre con la suya, es percibida por su entorno como prepotente, inflexible, tozuda y caprichosa. Se desconfía de ella, alimenta rencores y se le hace difícil conseguir apoyos. La persona que siempre se deja vencer, es desgraciada y además ofrece imagen de debilidad, de falta de carácter; su entorno la desprecia y tiende a abusar de ella, puesto que se deja.
La persona sensata debe saber encontrar ese difícil punto en que la presión que nuestro entorno ejerce sobre nosotros se equilibra con la que ella ejercemos sobre él. Deja que sus padres o sus amigos se salgan a veces con la suya, pero guarda siempre alguna ocasión en la que reivindicar sus intereses, haciéndoles recordar todas aquellas otras veces en las que cedió por dar gusto a los demás. Deja que su jefe le amargue con cierto trabajo o responsabilidad extra, pero esquiva aquellos más graves, apoyándose en las otras veces en las que tuvo que cargar con problemas que no le tocaban. La justicia le sirve de argumento y logra no ser desgraciado por culpa de los demás y que los demás no lo sean por culpa suya. Consigue que otros cedan porque es capaz de hacer ver que le asiste la razón, no el capricho. Se le da tan bien ceder como vencer, y no guarda ni provoca rencores. Esto, que parece tan fácil de decir, es una norma básica que resulta muy difícil cumplir en la vida real, porque muchos pecan por no querer renunciar nunca a sus intereses, y algunos por no tener el carácter necesario para defender nunca los suyos.
Imagen: http://www.fiestacampesinasanpedro.cl/tirar%20la%20cuerda.html
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