Me hubiera gustado dejar a un lado la política, por unos meses, y seguir escribiendo sobre otros temas más cotidianos, como venía haciendo últimamente, para liberarme un poco de tanta seriedad y tanta mala leche que le sube a uno cuando piensa en la política de este país. Pero lo de Valencia merece al menos unas palabras.
No hace falta que ponga vídeos o imágenes de los sucesos de estos días, Internet está llena de ellos; y hablo de Internet y no de las televisiones y periódicos, porque asumo que el lector ya sabrá a estas alturas que los grandes medios de desinformación sólo sirven para difundir el mensaje que interesa a las mafias dirigentes, ya sea la que manda actualmente o a las que mandaron y ahora aguardan su momento para volver a mandar cuando les toque. Ninguna televisión o diario (de los grandes, claro) va a poner el grito en el cielo ni a llamar a las cosas por su nombre. Si acaso, las afines al PSOE se dedicarán a pedir alguna dimisión pepera, y a decir que esto con ellos no pasaba.
Pero no, no es sólo una cuestión de que tal o cual delegado del gobierno o jefe policial dimita. Se trata de que todo está tan extremadamente podrido que apenas se vislumbra la salvación. Porque no es ya que tal persona haya dado orden de atacar a unos estudiantes que se manifestaban por una causa justísima y que no estaban realizando nada que mereciese la violencia ejercida por los antidisturbios. Es leer que los políticos minimizan las agresiones policiales e incluso algunos, como Gallardón, se atreven a decir que hacer un discurso de equiparación entre la actuación policial y los comportamientos violentos sería devaluar la labor de los agentes. Es leer que la propia policía se autojustifica y, sin la más mínima sombra de autocrítica, ve perfectamente normal que sus agentes repartan palos a diestro y siniestro contra menores que no estaban agrediendo a nadie y a los que se les impide recibir una educación con dignidad en pleno siglo XXI. Y así podríamos seguir.
Pero lo triste de toda esta situación es que, como tantos otros problemas actuales, acaban en la misma reflexión: que la culpa la tenemos nosotros, los ciudadanos de este país. Y globalizo porque creo que todos formamos un país, ya sé que individualmente habrá ciudadanos (y me cuento entre ellos), que hacemos lo que podemos para que todo esto cambie. Pero somos una ridícula minoría.
Ya hace tiempo que digo que España tiene dos problemas. El primero son los aproximadamente 18 millones de personas que cada vez que hay unas votaciones (sean generales, autonómicas o lo que toque) se quedan en casa y no aportan algo para intentar cambiar el sistema. El segundo son los aproximadamente 18 millones de personas que sí van a votar, pero lo hacen votando a los de siempre (PP, PSOE y algunos otros partidos que forman parte de la gran mafia, como CiU o PNV). A estos dos problemas se le podría sumar un tercero que es la insufrible terquedad española, esa cabezonería tan nuestra, ese empeño de tener la razón o, incluso admitiendo que no se tiene, gritar que nos dejen en paz, que "a mí nadie me dice lo que tengo que hacer" o que "hago lo que me sale de los cojones". Todo esto hace que sea muy difícil mover a esos 36 millones de personas de su postura. Y 36 millones son casi todo el país.
Por supuesto que no todos los ciudadanos somos así. Hay cientos de miles, quizás algún millón, que están muy concienciados, que buscan otras salidas y que creen que esto hay que cambiarlo. Pero aunque seamos bastantes como para llenar algunas manifestaciones aisladas, al final, nuestro peso es ínfimo comparado con la aplastante mayoría de la masa que se mueve por inercia.
Por eso, cuando veo las imágenes de Valencia, no puedo dejar de pensar que, aunque la responsabilidad inmediata de esa violencia es, en primer lugar, de los propios antidisturbios, y en segundo lugar de sus mandos políticos, al final, quien está detrás de los porrazos es la ciudadanía de este país. Somos nosotros quienes, a pesar de que sabíamos (o debíamos haber sabido) lo que nos esperaba, dejamos que sucediera. Dejamos que alcanzasen el poder quienes no iban a comportarse de otro modo. No lo decían en los mítines, claro, pero lo sabíamos. Y les dejamos llegar. Ahora nos horrorizamos ante la violencia de las calles valencianas, pero sólo durante unos segundos, para luego ponernos a charlar sobre los guiñoles franceses y cómo se meten con nuestros deportistas los cabrones de los gabachos. Eso hacemos nosotros, los hipócritas, ignorantes y patéticos ciudadanos españoles.
Imagen: http://www.burbuja.info/inmobiliaria/temas-calientes/284963-alternativa-al-sistema-actual-de-educacion.html
No hace falta que ponga vídeos o imágenes de los sucesos de estos días, Internet está llena de ellos; y hablo de Internet y no de las televisiones y periódicos, porque asumo que el lector ya sabrá a estas alturas que los grandes medios de desinformación sólo sirven para difundir el mensaje que interesa a las mafias dirigentes, ya sea la que manda actualmente o a las que mandaron y ahora aguardan su momento para volver a mandar cuando les toque. Ninguna televisión o diario (de los grandes, claro) va a poner el grito en el cielo ni a llamar a las cosas por su nombre. Si acaso, las afines al PSOE se dedicarán a pedir alguna dimisión pepera, y a decir que esto con ellos no pasaba.
Pero no, no es sólo una cuestión de que tal o cual delegado del gobierno o jefe policial dimita. Se trata de que todo está tan extremadamente podrido que apenas se vislumbra la salvación. Porque no es ya que tal persona haya dado orden de atacar a unos estudiantes que se manifestaban por una causa justísima y que no estaban realizando nada que mereciese la violencia ejercida por los antidisturbios. Es leer que los políticos minimizan las agresiones policiales e incluso algunos, como Gallardón, se atreven a decir que hacer un discurso de equiparación entre la actuación policial y los comportamientos violentos sería devaluar la labor de los agentes. Es leer que la propia policía se autojustifica y, sin la más mínima sombra de autocrítica, ve perfectamente normal que sus agentes repartan palos a diestro y siniestro contra menores que no estaban agrediendo a nadie y a los que se les impide recibir una educación con dignidad en pleno siglo XXI. Y así podríamos seguir.
Pero lo triste de toda esta situación es que, como tantos otros problemas actuales, acaban en la misma reflexión: que la culpa la tenemos nosotros, los ciudadanos de este país. Y globalizo porque creo que todos formamos un país, ya sé que individualmente habrá ciudadanos (y me cuento entre ellos), que hacemos lo que podemos para que todo esto cambie. Pero somos una ridícula minoría.
Ya hace tiempo que digo que España tiene dos problemas. El primero son los aproximadamente 18 millones de personas que cada vez que hay unas votaciones (sean generales, autonómicas o lo que toque) se quedan en casa y no aportan algo para intentar cambiar el sistema. El segundo son los aproximadamente 18 millones de personas que sí van a votar, pero lo hacen votando a los de siempre (PP, PSOE y algunos otros partidos que forman parte de la gran mafia, como CiU o PNV). A estos dos problemas se le podría sumar un tercero que es la insufrible terquedad española, esa cabezonería tan nuestra, ese empeño de tener la razón o, incluso admitiendo que no se tiene, gritar que nos dejen en paz, que "a mí nadie me dice lo que tengo que hacer" o que "hago lo que me sale de los cojones". Todo esto hace que sea muy difícil mover a esos 36 millones de personas de su postura. Y 36 millones son casi todo el país.
Por supuesto que no todos los ciudadanos somos así. Hay cientos de miles, quizás algún millón, que están muy concienciados, que buscan otras salidas y que creen que esto hay que cambiarlo. Pero aunque seamos bastantes como para llenar algunas manifestaciones aisladas, al final, nuestro peso es ínfimo comparado con la aplastante mayoría de la masa que se mueve por inercia.
Por eso, cuando veo las imágenes de Valencia, no puedo dejar de pensar que, aunque la responsabilidad inmediata de esa violencia es, en primer lugar, de los propios antidisturbios, y en segundo lugar de sus mandos políticos, al final, quien está detrás de los porrazos es la ciudadanía de este país. Somos nosotros quienes, a pesar de que sabíamos (o debíamos haber sabido) lo que nos esperaba, dejamos que sucediera. Dejamos que alcanzasen el poder quienes no iban a comportarse de otro modo. No lo decían en los mítines, claro, pero lo sabíamos. Y les dejamos llegar. Ahora nos horrorizamos ante la violencia de las calles valencianas, pero sólo durante unos segundos, para luego ponernos a charlar sobre los guiñoles franceses y cómo se meten con nuestros deportistas los cabrones de los gabachos. Eso hacemos nosotros, los hipócritas, ignorantes y patéticos ciudadanos españoles.
Imagen: http://www.burbuja.info/inmobiliaria/temas-calientes/284963-alternativa-al-sistema-actual-de-educacion.html
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