Seguramente soy una de las pocas personas a las que las pirámides de Egipto le producen una cierta repulsión. Aunque sean monumentos increíbles por su grandiosidad en comparación con los escasos medios técnicos de la época en la que se construyeron, no dejan de presentárseme como símbolos de la opresión de los faraones. Probablemente la mejor manera de ilustrar lo que representan para mí sea la contemplación de otra obra admirable, pero de nuestra propia época: la Basílica de Nuestra Señora de la Paz de Yamoussoukro.
En 1985, un malnacido llamado Félix Houphouët-Boigny, presidente de Costa de Marfil, país subdesarrollado pero rico entre otras cosas por las exportaciones de café y cacao, decidió gastarse el dinero en construir una catedral de dimensiones faraónicas, comparable a la de San Pedro de Roma, en lugar de hacer más feliz y próspera a su nación. Tras cuatro años de obras, el mundo pudo contemplar la catedral más increíble de África y quizas del mundo, una obra de una grandiosidad que espanta, con una altura de 158 metros y capacidad para 18000 personas. Una barbaridad propia de un Ramsés o una Nefertiti. El muy cabrón no tuvo bastante con esto, sino que cuando el papa, escandalizado por este alarde de caciquismo, se negó a asistir a la consagración de la iglesia, llegó a un pacto en el que aceptaba construir a cambio un hospital para los más pobres en las cercanías y una universidad católica. La primera piedra de esas obras se colocó durante la presencia del papa para dar el pego, y a continuación se dejaron abandonadas. Sólo eran parte de la farsa.
Mientras estas cosas pasaban, el pueblo de Costa de Marfil vivía (y vive) mayoritariamente en la pobreza. Pero quizás llegue el día en que los turistas acudan a echar fotos a esta maravilla (realmente lo es desde el punto de vista arquitectónico) y hablen de ella con la misma admiración con la que hablan de las tumbas de Ramsés y los demás Houphouëts de su tiempo.
Fuente e imagen: wikipedia
En 1985, un malnacido llamado Félix Houphouët-Boigny, presidente de Costa de Marfil, país subdesarrollado pero rico entre otras cosas por las exportaciones de café y cacao, decidió gastarse el dinero en construir una catedral de dimensiones faraónicas, comparable a la de San Pedro de Roma, en lugar de hacer más feliz y próspera a su nación. Tras cuatro años de obras, el mundo pudo contemplar la catedral más increíble de África y quizas del mundo, una obra de una grandiosidad que espanta, con una altura de 158 metros y capacidad para 18000 personas. Una barbaridad propia de un Ramsés o una Nefertiti. El muy cabrón no tuvo bastante con esto, sino que cuando el papa, escandalizado por este alarde de caciquismo, se negó a asistir a la consagración de la iglesia, llegó a un pacto en el que aceptaba construir a cambio un hospital para los más pobres en las cercanías y una universidad católica. La primera piedra de esas obras se colocó durante la presencia del papa para dar el pego, y a continuación se dejaron abandonadas. Sólo eran parte de la farsa.
Mientras estas cosas pasaban, el pueblo de Costa de Marfil vivía (y vive) mayoritariamente en la pobreza. Pero quizás llegue el día en que los turistas acudan a echar fotos a esta maravilla (realmente lo es desde el punto de vista arquitectónico) y hablen de ella con la misma admiración con la que hablan de las tumbas de Ramsés y los demás Houphouëts de su tiempo.
Fuente e imagen: wikipedia
1 comentario:
No vayas a Costa de Marfil, tienes algo parecido mucho más cerca. ¿Conoces Torreciudad, cerca de Barbastro? Ahí montó el Opus un Santuario para ricos y pijos que vale la pena conocer. Y si luego te pilla alguno de los "amables" capellanes que corren por ahí corres el riesgo de acabar idiotizado y sectarizado.
Libertad de pensamiento y culto, y dejémonos de historias mesiánicas o faraónicas.
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