martes, 24 de febrero de 2009

Balones fuera

La mayor de las faltas, diría yo, es no tener conciencia de ninguna.
Thomas Carlyle

Ciertamente tenía razón Carlyle al afirmar esto, y es que quien no acepta sus propios errores difícilmente se desprenderá de ellos. Es como uno de esos políticos que siempre están tirando balones fuera, para quien la oposición siempre tiene la culpa de todo y él y su partido, en cambio, nunca hacen nada mal, o si lo hacen, es por culpa de las circunstancias, no porque estuvieran equivocados. No hay más ciego que el que no quiere ver; por eso antes de nada hay que querer ver: sólo así tenemos alguna posibilidad de mejorar. De lo contrario, no habrá nada que hacer.

Yo siempre agradezco a la gente que me comente mis errores; es más, se lo pido. Flaco favor me hacen al callarlos, porque me impiden darme cuenta de muchas cosas que yo, por mí mismo, quizás no notaría nunca. Por eso, cuando últimamente algunas personas me han hecho ver algunos de esos errores, me he sentido en parte mal, por errar, pero en el fondo mucho mejor, por saber cómo hacer mejor las cosas a partir de ahora. La vergüenza de haberlos cometido no me impide sentir la satisfacción de no volverlos a cometer. Es lo único que puede y debe hacerse, puesto que lo hecho hecho está, y obsesionarse con las meteduras de pata del pasado no lleva a ninguna parte. Una vez se ha aprendido de ellas, lo demás es amargarse inútilmente.

Otras personas, en cambio, parecen obsesionadas en culpar al mundo (o a una parte de él) de sus propias meteduras de pata. Adoptan la fácil e infantil actitud de creer que el mundo las ha tratado mal, pero no: El mundo nos da muchos problemas, es cierto, pero si al final no sabemos convivir con ellos, la culpa es nuestra, no del mundo. Debemos tener siempre en cuenta aquella vieja máxima que afirma que las cosas son como son, no como nos gustaría que fuesen. Esto es especialmente cierto para las personas que nos rodean, las cuales sin duda nos darán muchos disgustos y nos molestarán en mil detalles, pero aún así hemos de aceptarlas igual que ellas nos aceptan incluso cuando lo que hacemos no les acaba de gustar. Podemos rechazar a una porque su actitud nos resulte repulsiva; podemos rechazar a otra porque nos ha ofendido gravemente; incluso a una tercera porque ella misma nos rechaza... Pero la persona que se lleva mal con casi todo el mundo, a la que casi todos dan la espalda, aquella que, sola y prácticamente sin amigos clama que el mundo la trata injustamente, esa persona debería hacer una reflexión y darse cuenta de que, si realmente queremos, el mundo no nos trata tan mal. Hay que ser muy tonto o muy ciego para pensar que, si casi todos hablan mal de nosotros y nos dan la espalda, el problema no esté en nosotros, sino en el resto de la humanidad. Incluso en el improbable caso de que tuviéramos parte de razón, estamos demostrando ser poco hábiles para tratar con el mundo.

He tenido ocasión de preocuparme varias veces en mi vida por ese tipo de personas, y casi siempre he salido escaldado. Es lo que tiene intentar ayudar a quienes no quieren ayuda porque su mayor enemigo son ellas mismas y, como no quieren aceptarlo, buscan enemigos fuera y los acaban encontrando por doquier. Amargadas por sufrimientos del pasado, han acabado creyendo que el mundo entero es un enemigo, y a la mínima saltan, volcando todo su odio en la infortunada persona que, intencionadamente o no, las moleste en algo. No hay disculpas ni perdón que valgan: Cualquier situación, magnificada por su victimismo, sirve como argumento para borrar a uno más de la ya de por sí corta lista de amigos y meterlo en la cada vez más larga de enemigos (curiosa y no muy prudente estrategia). Cualquier metedura de pata, cualquier discusión sobre música, sobre política o sobre lo que haga falta, se transforma en una ofensa imborrable, de esas que antiguamente daban motivo a un duelo público con diez pasos al frente, media vuelta y un disparo. Tampoco importa que la intención del ofensor no fuese mala y se tratase de un error: Irritadas con la humanidad entera, han olvidado virtudes como la compresión o el perdón. Ya hablé hace tiempo de la importancia del perdón y de las reconciliaciones, y me reafirmo en lo dicho. Pero estas personas no quieren saber nada de todo esto. Sólo ven un mundo cruel que las ataca a ellas, a las pobres personas inocentes que no han hecho nada ni tienen culpa de nada, a las pobres víctimas que, mira tú por dónde, tampoco conceden perdón ni lo piden. Y así siguen, tirando balones fuera, esperando ingenuamente que el mundo cambie, en lugar de cambiar ellas. Pues ellas sabrán.

Imagen: http://elmejo.blogspot.com/

1 comentario:

Sonia dijo...

Te olvidas de algo realmente importante: el orgullo

No es solo que haya quienes culpan siempre a los demás por ceguera, sino porque su orgullo no les permite ver que en realidad, todos metemos la pata y que a veces lo mejor es bajarse del carro porque no tenemos al mundo a nuestros pies...por mucho que lo queramos creer.

Buena entrada, felicidades! ;-)