lunes, 30 de enero de 2012

J. Edgar

No soy muy dado a ir al cine, porque eso de gastarme 8 euros (más lo que toque en palomitas y bebida) para acabar viendo una película rara vez extraordinaria, a menudo mediocre, y no pocas veces mala, pues no me convence. Por eso hace años que mi visita a la gran pantalla es muy esporádica.

Pero en esta ocasión, tratándose de la última creación de Clint Eastwood, la esperanza de encontrar algo interesante o, por lo menos, no demasiado malo, hizo que me decidiera a acompañar a mi chica a ver J. Edgar. Clint Eastwood es sin duda uno de los mejores directores de los últimos tiempos, y quizás de todos los tiempos, así que es apuesta casi segura. Casi, porque en esta ocasión defrauda un poco.

No se puede decir que la película sea realmente mala. Uno no sale pensando que ha tirado el dinero para ver un bodrio. No. Pero tampoco convence, tampoco emociona. Ciertamente las hos horas y pico de metraje no se hacen demasiado largas, lo cual quiere decir que el director ha sabido al menos mantener el interés y no aburrir al espectador. Pero constantemente está uno preguntándose cuándo llegará ese momento cumbre de la acción, esa escena sublime que queda en el recuerdo, ese toque maestro que te hace agarrarte a tu asiento y olvidarte de que estás en la butaca de un cine, para meterte en la piel de los personajes. No lo hay. Como mucho, destacaría el momento en que Hoover y su ayudante se declaran su amor de una manera un tanto extraña, pero efectiva, que por cierto, recuerda un poco a la de los personajes de Brokeback Mountain, una película que no me gusta nada, pero que se convirtió hace unos años en una especie de "clásico" en esto de la temática gay moderna.

Por lo demás, quizás aporta algo el recordatorio de Clyde, echándole en cara sus mentiras, lo cual sorprende al espectador, al cambiarle ciertas escenas que ha ido viendo hasta entonces. Y quizás también el diálogo con su madre, cuando ésta intenta apartarlo de sus tendencias homosexuales. Poco más. Por lo demás, las escenas se repiten mucho. Acabamos cansados de ver a Hoover enfadarse con sus empleados y llamarles la atención por su aspecto, acabamos cansados de ver cómo lleva la contraria a sus jefes, acabamos cansados de sus discursos sobre la historia y la moralidad americanas, de sus extorsiones a los presidentes, y hasta de la seductora media sonrisa de Tolson o de la fría eficiencia de su secretaria.

Hay algo que ya critiqué en La Dama de Hierro y que aquí vuelve a darse: el abuso del flashback, y la repetición de escenas. Solo que aquí la maestría de Eastwood consigue al menos dar un espacio a los actores para que muestren sus virtudes en algunas escenas, mientras que en la otra película, el guión era tan inconexo y los diálogos tan breves, que ni Meryl Streep podía salvarlo. Aquí, Di Caprio hace un papel discreto, en mi opinión. Sin llegar a hacerlo mal, creo que resulta monótono e inexpresivo. Se pasa prácticamente toda la película con la misma cara.

Por contra, el maquillaje de La Dama de Hierro era casi perfecto, mientras que en esta ocasión, la caracterización de Hoover, pero sobre todo de Tolson ya maduros, es francamente mejorable. Parecen dos mániquís.

En definitiva, una película que, sin llegar a ser mala, tampoco convence. Quizás para el público americano, al que el personaje de Hoover resulta más cercano y conocido, le llegue más; pero para un espectador español, las manías de este oscuro director del FBI no resultan de especial interés.

Imagen: http://www.strangecultureblog.com/2011/04/reel-people-leonardo-dicaprio-is-j.html

miércoles, 25 de enero de 2012

Nubes y extravagancias

La red lleva unos días llenándose de comentarios de todo tipo sobre el cierre de Megaupload por parte de las autoridades de EEUU. No he dicho nada hasta ahora, en parte porque no estoy muy metido en su funcionamiento (no tengo cuenta con ellos, y sólo esporádicamente lo he usado para compartir ficheros), y en parte porque otros ya han hablado sobre el tema mismo del cierre mejor de lo que yo mismo hubiera hecho. En particular, me gusta la explicación de Juan Camilo Cano sobre las descargas.

Pero hay un par de cuestiones que quizás no se han tocado tanto, y me apetece comentarlas. La primera es la extravagante vida del dueño de Megaupload, Kim Schmitz (más conocido como Kim Dotcom) al que algunos medios se han dedicado a convertir en un villano, como si otros muchos millonarios y grandes empresarios de los que no se dice nada, llevasen vidas menos extravagantes, fuesen menos malvados o hiciesen cosas menos reprobables moralmente o menos perjudiciales para la sociedad. Ahora resulta que es un escándalo que un tipo forrado tenga coches de carreras y monte fiestas con chicas guapas. Acabemos. Como si desde pequeños no nos estuviesen inculcando desde todas partes que eso sería lo mejor que nos podría pasar de mayores.

La otra cuestión, más puramente informática, es la del daño que esto puede hacer a una de las modas más recientes de Internet: la nube. Desde hace unos meses casi no se habla de otra cosa. Programar en nube, subir los datos a la nube... si no orientabas tu negocio y tus proyectos a la nube, no eras nada; un paria, un atrasado uno que no se entera. Ahora, después de que muchos miles de usuarios que pagaban religiosamente su cuenta y que no subían contenidos ilegales, sino información personal o profesional, hayan perdido esa misma información, todo queda en entredicho. La tan cacareada nube, ya no es tan "guay". Se ha visto que un rayo puede hacer que se esfume, y eso no hace gracia; sobre todo cuando uno de los argumentos para defenderla era la seguridad, pues se consideraba a tu información aislada de los problemas de almacenamiento físicos.

Personalmente nunca he sido muy partidario de la nube. Siempre la he visto como una vieja idea de la desaparecida empresa Sun Microsystems (¿o fue su actual dueña, Oracle?), que ya en los 90 hablaba de que el futuro estaba en trabajar desde un simple terminal contra la red, sin tener un PC potente que guarde todo en local. La idea tenía sus ventajas e inconvenientes. Para algunas cosas la veía bien, pero seguían sin convencerme temas como la confidencialidad, la seguridad y la inmediatez. Sí que es buena la conectividad y la accesibilidad que aporta. Quizás el cierre de Megaupload haga volver la cordura a la moda informática, aunque lo que suele suceder en estos casos es que, siguiendo la ley del péndulo, lo que ayer era maravilloso, hoy pasa a ser lo peor, y viceversa. Veremos.

Imagen: http://www.silverwolfrevenge.es.tl/DESCARGAR-PROGRAMAS.htm

lunes, 23 de enero de 2012

La importancia de discrepar

Una de mis citas preferidas es esta, que algunas fuentes atribuyen al general norteamericano George Patton:

Si todo el mundo piensa lo mismo, es que hay alguien que no piensa.

Me encanta cómo esta frase nos transmite la importancia de la discrepancia, de la diversidad de opiniones. Alguna gente cree que es fantástico que todo el mundo esté de acuerdo en algo. A mí, en cambio, siempre me produce desconfianza, y pienso, como Patton, que lo que ocurre en realidad es que la mayoría se deja llevar por la opinión imperante, sin molestarse en pensar otras opciones, o sin atreverse a defenderlas en público.

Lo mismo ocurre en las relaciones personales. Algunos creen que los mejor para que dos personas se lleven bien es que piensen igual. Yo eso lo encuentro aburrido. La mejor manera de que la relación entre personas resulte fructífera es que piensen de diferente manera, aunque sólo sea en un asunto. Lo que sí es importante es saber escuchar, puesto que si nos sentimos ignorados o incomprendidos, no podemos encontrarnos a gusto ni esperar nada de la otra persona. Pero si se es capaz de escuchar y de intentar comprender, no sólo es posible la amistad, sino que esas relaciones serán siempre las más enriquecedoras. Sólo en quienes piensan de otra manera podemos hallar las ideas que nunca se nos hubieran ocurrido; sólo a través de quienes ven las cosas de otro modo podemos contemplar aquellos errores de los que no nos damos cuenta.

A menudo digo que mis amigas me han aportado siempre más que mis amigos, y creo que es precisamente por eso. Al ser mujeres, piensan de otra manera que yo, y sus ideas, su manera de ver las cosas, me resulta más enriquecedora.

En la sociedad, lo mejor y más positivo de un colectivo está siempre en algunas de sus minorías, y cuidarlas, protegerlas y respetarlas es necesario si de verdad se pretende mejorar. La democracia es algo fantástico, porque evita que una minoría (en ocasiones muy minoritaria) imponga sus criterios sobre el conjunto de la sociedad. Pero hay que saber utilizarla para que la mayoría no machaque sin piedad a todas las minorías, para que el "ciudadano medio" no se convierta en un referente del que está prohibido apartarse, en un dictador que aisla a cualquiera que sea "diferente"; porque en la diferencia, en la variedad, reside, en buena medida, la riqueza de un colectivo. Hace abstracción de esta diversidad y reducirlo todo a un conjunto de "ciudadanos medios" es un error; eliminar realmente esta diversidad es un empobrecimiento.

Muchos grandes avances de la humanidad se han debido a la lucha de ciertas minorías que, finalmente, han conseguido que sus ideas pasen a formar parte de las ideas defendidas por la mayoría. Inicialmente eran pocos, y se les podía haber apartado; el no hacerlo, ha ayudado a enriquecer la sociedad. Tómese el ejemplo de las feministas, originalmente unas pocas mujeres apoyadas por unos cuantos hombres justos, y que tuvieron que enfrentarse con el conjunto de la sociedad, incluídas muchas mujeres. Al principio eran un movimiento que se apartaba del sentir mayoritario, pero con tiempo y paciencia triunfaron y hoy en día sus reivindicaciones han pasado a integrar los ideales de la sociedad misma. ¿Qué hubiera pasado si, en sus comienzos, se las hubiera eliminado con el argumento de que eran una minoría?

Lo mismo podría decirse de los pacifistas, de los demócratas, de los detractores de la esclavitud... Las minorías son a veces grupos radicales de locos, otras veces simplemente gente algo especial, pero no pocas veces gente avanzada a su tiempo, capaz de asimilar ya conceptos y maneras de sentir que en ese momento parecen raras, pero que más adelante seán la norma. Sin escuchar a esos grupos, sin aceptar la divergencia como una riqueza, la sociedad no avanza, se enquista, y se debilita, autosatisfecha en su propia ignorancia.

Imagen: http://es.123rf.com/photo_4911208_peon-negro-dificil-ejercito-blanco-de-piezas-de-ajedrez-enfoque-selectivo.html

sábado, 21 de enero de 2012

Una dama de hierro muy floja

Asistimos estos días a la lluvia de elogios sobre Meryl Streep por su papel en La dama de hierro, hasta el punto de que parece que uno sea un sacrílego o un ignorante si se atreve a decir que se trata de una mala película.

Pues sí, es una mala película. Ciertamente, Margaret Thatcher está muy bien caracterizada. El excelente trabajo de maquillaje, peluquería, etc., unido a la propia fisonomía de Streep, han conseguido que el espectador se sienta realmente en presencia de la señora Thatcher. En ese punto la película es irreprochable. Pero sería muy absurdo pensar que una película es buena o mala simplemente por el trabajo de los maquilladores y peluqueros, por muy excelente que éste sea. Una película es, sobre todo, una historia. Una historia a la que los actores deben dar vida. El núcleo del trabajo, por tanto, está en el guionista, el director y los actores. Sin desmerecer, por supuesto, al resto de implicados; pero lo fundamental es lo fundamental. Y es aquí donde falla la película.

No hay una historia que contar. Aparentemente se centra en los últimos días de la señora Thatcher, pero tan salpicados de flashbacks hacia su juventud o su etapa en la política, que el espectador no sabe muy bien a qué atenerse. No hay nada malo en usar el flashback, pero no de esta manera tan repetitiva; esto podría ser adecuado para un thriller, pero no para una biografía. Peor aún: en la mezcla de épocas de la señora Thatcher, acaba ganando el de sus últimos días, lo cual es un gran error, puesto que son los que menos pueden aportarnos; son aquellos en los que el personaje nos va a parecer menos interesante. Si la Thatcher anciana hubiera aparecido sólo al comienzo y al final, hubiera estado bien para completar la historia. En lugar de eso se convierte en el centro de una acción que de ninguna manera puede protagonizar, y le quita protagonismo a la mujer de mediana edad que podría impresionarnos y que verdaderamente merecería una película.

La directora (Phyllida Lloyd) intenta abarcarlo todo, y al final no abarca nada. Vemos por unos momentos a la joven Margaret Roberts, pero en el fondo la película acaba sin que la conozcamos. Vemos diferentes momentos de la escalada política de la (ahora sí) Margaret Thatcher, pero son episodios sueltos, sin hilo conductor, sin continuidad, puestos ahí como si fueran una excusa para desempolvar algunas imágenes de archivo o para que no se critique a la película por no tratar momentos cruciales, como el de la guerra de las Malvinas; pero en el fondo no profundizan apenas en el personaje. Vemos también a la anciana señora Thatcher, agobiada por sus alucinaciones, pero a los diez minutos ya estamos cansados de que siempre haga lo mismo, de que una y otra vez se le aparezca su marido haciéndole bromas. Sólo nos interesa al principio, luego pasa a ser una anciana que entorpece el desarrollo de lo que hubiera podido ser una buena película biográfica.

El trabajo de los actores es impecable, pero no luce. Al ser todo escenas cortas, al no haber una historia que contar, al romperse continuamente el hilo narrador, es imposible, por muy buenos que sean, que su trabajo pueda impresionarnos. Cuando comenzamos a empatizar con la joven Roberts (con la que Alexandra Roach creo que hace un gran trabajo), desaparece y surge la madura Thatcher, y ni una ni otra acaban pareciendo algo más que fantasmas, ante las continuas interrupciones de la anciana señora. El marido, que en un primer momento promete ser un simpático contrapeso al grave personaje de la dama de hierro, acaba siendo un pesado que siempre hace y dice las mismas cosas. Todos los otros personajes son tan secundarios que se nos olvidan. El hijo, Marc, que se menciona en algún momento, ni aparece. Al final, entre unas cosas y otras, acaba la película y ninguno ha conseguido llegarnos, impresionarnos. Nos quedamos sin haber llegado al fondo ni de la vida personal ni de la vida política del personaje.

Meryl Streep lo clava, sí, pero apenas puede hacer algo más que intentar copiar algunos gestos de Thatcher o poner cara de anciana fatigada. Se ha dicho estos días que merece el Oscar. Yo creo que esta interpretación no merece premios. Pero no porque sea mala: es muy buena, pero por ahí debe haber excelentes actrices que han tenido la oportunidad de realizar un gran trabajo con personajes que valían la pena porque hubieron guionistas y directores que hicieron que valieran la pena. Sería una lástima que se quedasen sin premios para que se los quede un personaje superficial e irregular, por mucho que su caracterización esté clavada.

Las escenas parecen en algunos casos más propias de un videoclip de la MTV que de una película. Se busca el efectismo a base de todo tipo de trucos, ya sea la cámara lenta, las imágenes borrosas, la luz cegadora... toda una serie de recursos que seguramente estarían muy bien en otro tipo de película, pero que, en mi opinión, sobran en una sobre Margaret Thatcher.

No me atrevería a decir que sea una película demencial: el buen trabajo de los actores y maquilladores impiden que lo sea. Pero desde luego no es buena. Lo que podría haber sido una gran obra, ha acabado reducido a una curiosidad histórica para completar la ya dilatada carrera de Meryl Streep.

Imagen: http://www.quedepeliculas.com/peliculacine-la-dama-de-hierro-5969.html

jueves, 19 de enero de 2012

El equilibrio del la presión

Creo que una de las leyes fundamentales que el ciudadano debe aprender para desenvolverse en sociedad es la que yo llamo la ley del equilibrio de la presión. No es ninguna idea innovadora, sino algo que todos intuimos pero que no siempre somos capaces de cumplir bien. Consiste en lo siguiente:

Cuando te desenvuelves en un entorno, ese entorno (tus familiares, tus colegas en la empresa en la que trabajas, tus profesores si eres estudiante, tu pareja si la tienes, tus amigos, etc.) tiene unas necesidades, unas preferencias, unas exigencias... en definitiva unos intereses. Y tú tienes otros. Cuando tus intereses van en la misma dirección que los de tu entorno, el mundo es maravilloso. Ambas fuerzas se complementan y tu entorno te ayuda a cumplir tus deseos, mientras tú ayudas a los demás a cumplir los suyos. Pero como no todo podía ser tan maravilloso, hay innumerables ocasiones en las que tus intereses son unos, y los de tu entorno son otros, que podrían ser incluso los contrarios. Surge entonces el dilema de qué hacer: ceder a la presión del entorno o intentar imponer nuestro criterio.

Cada discrepancia de intereses supone una presión sobre alguien. Si yo quiero una cosa y mis padres quieren otra, ellos probablemente me presionarán para salirse con la suya, y yo les presionaré a ellos para salirme con la mía. Finalmente, como sólo puede ocurrir una cosa en el mundo, una de las dos partes deberá ceder a la presión. Lo mismo ocurre para mis amigos, mi pareja, etc. En el entorno laboral, esto ocurre continuamente: enfrentamientos entre departamentos, entre jefes y empleados. Cada discrepancia en la que nos dejamos vencer aumenta nuestro descontento y nos hace sentirnos presionados por nuestro entorno; inversamente, cada discrepancia en la que vencemos hace que nuestro entorno se sienta presionado por nosotros. Es conveniente, creo yo, conseguir un equilibrio de presión.

La persona que pretende salirse siempre con la suya, es percibida por su entorno como prepotente, inflexible, tozuda y caprichosa. Se desconfía de ella, alimenta rencores y se le hace difícil conseguir apoyos. La persona que siempre se deja vencer, es desgraciada y además ofrece imagen de debilidad, de falta de carácter; su entorno la desprecia y tiende a abusar de ella, puesto que se deja.

La persona sensata debe saber encontrar ese difícil punto en que la presión que nuestro entorno ejerce sobre nosotros se equilibra con la que ella ejercemos sobre él. Deja que sus padres o sus amigos se salgan a veces con la suya, pero guarda siempre alguna ocasión en la que reivindicar sus intereses, haciéndoles recordar todas aquellas otras veces en las que cedió por dar gusto a los demás. Deja que su jefe le amargue con cierto trabajo o responsabilidad extra, pero esquiva aquellos más graves, apoyándose en las otras veces en las que tuvo que cargar con problemas que no le tocaban. La justicia le sirve de argumento y logra no ser desgraciado por culpa de los demás y que los demás no lo sean por culpa suya. Consigue que otros cedan porque es capaz de hacer ver que le asiste la razón, no el capricho. Se le da tan bien ceder como vencer, y no guarda ni provoca rencores. Esto, que parece tan fácil de decir, es una norma básica que resulta muy difícil cumplir en la vida real, porque muchos pecan por no querer renunciar nunca a sus intereses, y algunos por no tener el carácter necesario para defender nunca los suyos.

Imagen: http://www.fiestacampesinasanpedro.cl/tirar%20la%20cuerda.html

miércoles, 11 de enero de 2012

Toledo: otra ocasión perdida

No esperaba gran cosa de una serie de ficción española, y mucho menos después de ver algunos avances en los que quedaba ya patente la escasa capacidad interpretativa de algunos de sus actores; pero lo de ayer fue demasiado. Estereotipos gastados, mala actuación, moralina del siglo XXI aplicada al XIII, decorados poco satisfactorios y por supuesto mucha tergiversación histórica, aunque eso no sorprende ya. Cuesta saber por dónde empezar a cortar, pero vamos a ello.

El guión: Patético. Típica historieta de reyes medievales con el hijo bueno y el hijo malo, el noble traidor, el caballero leal, el enemigo malvado... ¿quién contrata a los guionistas de esta serie? Será que con la crisis han tenido que poner a algún aficionado a escribir algo a cambio de cuatro duros. Por no hablar del subliminal mensaje de tolerancia entre culturas, propio de la generación de la "alianza de civilizaciones" y que bien poco tiene que ver con la auténtica Edad Media, plagada de fanatismos, supersticiones, intolerancia y violencia.

La actuación: En general, mala, muy mala; si bien hay que decir, en defensa de los actores, que con un guión tan horrible resulta complicado dar vida a unos títeres tan patéticos. Algunos personajes aún resultan pasables, como el rey Alfonso o el judío, pero en general la interpretación es fatal, especialmente la de los personajes femeninos. Por supuesto, en el primer episodio ya hemos visto dos pares de tetas y algún culo, como no podía ser de otra manera en una producción española. Es lo único destacable de las actrices de la serie. Por lo demás, actitudes forzadas, gestos exagerados, tono robótico y descuidado... ¿estos también son becarios o realmente han estudiado interpretación? ¿O los escogieron sólo por si eran más o menos atractivos?

Decorados, efectos, etc: Se dice que es una de las series más caras de la historia de televisión, pero, al igual que ocurrió con la película Alatriste (que pasa por ser la más cara del cine español), uno se pregunta en qué se han gastado el dinero. ¿En serio cuesta tantos euros comprar (o alquilar más bien) algunos trajes medievales y unas cuantas espadas y tapices? Los decorados resultan medio aceptables, y algunas escenas están realzadas por el entorno de alguna antigua mansión o algún plano de las murallas toledanas, pero en general, uno no se siente trasladado a Toledo. Salvo algún plano puntual (demasiado descaradamente retocado por ordenador), nada nos traslada específicamente a Toledo o incluso a España. Las escenas podrían, en su mayoría, pertenecer igualmente a una serie inglesa o francesa, salvo cuando algún decorado morisco nos hace pensar en Al-Andalus. Apenas hay planos generales, pese a lo fácil que hubiera sido encontrar sitios en las llanuras castellanas, o en el propio entorno de la ciudad actual; y cuando los hay, resultan vacíos. Véase por ejemplo el ataque de los moros, en el que apenas vemos unos 15 jinetes. Aparte de carecer de espectacularidad, ¿es verosímil que el jefe del bando moro participase en una vulgar escaramuza? ¿Iba a adentrarse en territorio enemigo con tan exigua escolta? No menos triste es la llegada posterior de tan solo seis jinetes castellanos. Ciertamente, a uno le cuesta entender en qué se han gastado el dinero los productores.

A esto podríamos añadir otros detalles, como la escena en la que el protagonista le corta la cabeza a su amigo: el efecto de la espada al golpear el cuello se esconde a base de filmar una sombra que para nada parece llegar a su objetivo. Es un instante tan cutre como los de las peores películas de serie B. Por no hablar de que la propia espada es inverosímil. Las espadas medievales no eran tan espectaculares. Eran mucho más pequeñas y manejables. Pero dejémoslo.

La dirección: Complementa el patetismo del guión de una manera perfecta. Las carencias son enormes. Por ejemplo, se pierde muchísimo presentando al moro como un simple robot que sólo sabe poner cara de malo, y al que nunca vemos en su palacio. Parece un simple bandido que se presenta por ahí. El "malo" de las películas es un personaje muy importante. Despojarle de su carácter y simplificarlo, hace perder mucho a una historia. Aún más simple es el personaje del noble traidor, totalmente estereotipado y exagerado, e igualmente simplón el del obispo.

Aún más lamentable es el personaje de la bella mora Fátima, que no sólo está mal interpretado, sino que es inverosímil a rabiar. Una joven mora jamás andaría sola por la calle, sin velo, y mucho menos en una ciudad cristiana. Y todavía menos luciendo maquillaje y chuleando al primero que ve.

¿Y las escenas de pelea callejera del infante Fernando y sus dos sirvientes con los palos? Por unos instantes me sentí trasladado a las escenas más cutres de las viejas películas de Errol Flynn. Y de los destapes, para qué hablar. ¿A estas alturas no se sabe llamar la atención de otra manera? ¿Incluso la violación tiene que ser tan tristemente simulada como en los tiempos del cine erótico de nuestos padres (por Dios, levántale la falda, idiota, que si no no la puedes meter)?

También se podría hablar de tergiversación histórica, y entraríamos en el debate de siempre: unos diciendo que es ficción, y que no tiene por qué respetarse al 100% los hechos, y otros que para eso es mejor inventarse una historia aparte. Yo soy de la opinión de que, exceptuando casos como las parodias y el humor, en general uno debe escoger entre inventarse una historia (con personajes totalmente ficticios) o usar personajes históricos; y en este último caso, si bien uno puede permitirse ciertas licencias, hay que tener un mínimo respeto por la realidad, puesto que, lo queramos o no, muchos de los espectadores no conocerán la Historia por otra fuente, y les estamos volcando una imagen falseada de lo que realmente ocurrió. Y esta necesidad es tanto más grande en España, en cuanto que apenas disponemos de películas y series que traten a fondo ciertos periodos de la Historia, como este. Por el momento, tampoco han cometido tantos desmanes, puesto que la trama se centra más bien en personajes ficticios, pero ya veremos.

En general, la serie es francamente vomitiva. Incluso como divertimento resulta inútil, puesto que la mala actuación y la previsibilidad de los hechos le quitan todo el interés. Ni la historia ni los personajes tienen alma. Sólo nos quedan las tetas, y para eso mejor ver otras películas. Una ocasión perdida más, siguiendo la tradición.

Imagen: http://www.vayatele.com