lunes, 14 de julio de 2008

La prueba de los seis párrafos

Soy bastante perezoso para leer un libro, especialmente si veo que la letra es pequeña y el tocho sobrepasa las 300 páginas. Tiene que parecerme muy valiosa la lectura para adentrarme en él como hacía cuando tenía veintidós años (más o menos) y me atrevía a leer el Wilhem Meister o la Crítica de la Razón Pura. Hoy quizás no tendría moral para tanto. De hecho, aquella época en la que leí grandes tochos fue breve, pues ni de adolescente ni ahora he tenido nunca ganas de tragarme historias muy largas; y menos ahora, que ya no me sobra tanto tiempo como entonces. Por eso siempre he practicado una inspección superficial de los libros antes de comprarlos. Yo la llamo la prueba de los seis párrafos.

Evidentemente, no se puede saber si una obra es buena o no hasta que no se ha leído de cabo a rabo. Leer unos pocos párrafos salteados no nos puede demostrar que sea buena; sin embargo, sí nos puede hacer ver que es mala. En efecto, si los párrafos no nos convencen mucho pero no nos decepcionan del todo, podemos tener una esperanza de que la obra en su conjunto esté bien, e igualmente, si los párrafos nos encantan, podría ser que luego la obra globalmente no nos gustase; pero si escogiendo varios párrafos al azar, vemos que están escritos con un estilo que nos repele, creo que sí se puede concluir que la obra no nos va a gustar.

Todos los escritores, por muy geniales que sean, resultan a veces un poco aburridos o mediocres en algún momento de sus obras, pero muy rara vez escribirán párrafos enteros que nos resulten malos o muy malos, e incluso aunque esto ocurriera, es muy improbable que en una obra muy buena, escogiendo varios al azar, acertásemos a encontrar precisamente los que son fatales. Por eso confío en esta prueba y la pongo en práctica siempre. Cada vez que una obra me parece potencialmente interesante, abro el libro y leo unos seis párrafos (uno de los cuales siempre es el primero del libro, porque los buenos libros rara vez empiezan mal). Si en general me dan una impresión desagradable y propia de la literatura pedante que tanto abunda, lo dejo; si no, es posible que le dé una oportunidad.

Recuerdo, por ejemplo, cuando sin conocer aún la prosa de Stendhal (al que quise leer animado por los consejos de Nietzsche), se me ocurrió ojear simplemente el primer párrafo de La Cartuja de Parma. Bastó ese momento para darme cuenta de que aquello prometía, y efectivamente, no me defraudó. Y es que los escritores realmente grandes no se andan con medias tintas, en cuanto abren la boca ya sientes que están varios peldaños por encima de los demás.

Imagen: http://www.abueling.com/arbol_genealogico_antepasados.htm

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