Se ha hablado mucho del amor, pero pocas veces del odio. Esto resulta curioso si tenemos en cuenta la enorme importancia del odio en el desarrollo de la Historia. Muchos de los grandes cambios, sobretodo guerras y revoluciones, se han debido al odio. Fue el odio lo que causó el acontecimiento más importante de la historia contemporánea: la Segunda Guerra Mundial; ha sido el odio lo que ha propiciado uno de los elementos más importantes de la política internacional actual: el terrorismo; fue el odio la verdadera fuerza que alimentó casi todas las revoluciones. Es el odio el que mantiene vivo un conflicto tan importante como el de Israel con sus vecinos.
La enorme importancia del odio como motor de la Historia, ha hecho que los grandes poderes políticos y económicos hayan querido siempre controlarlo. Sabían que, junto con la avaricia, era el cebo con el que guiar al pueblo hacia donde donde les convenía, como la zanahoria que se pone ante el burro para que avance. Generalmente dirigiéndolo hacia otra nación, a la que culpar de las desgracias propias. Otras veces hacia una clase social, para culparla de los desórdenes y así, mediante el miedo, hacer creer a los temerosos ciudadanos que ellos eran los garantes del orden y la paz.
En una época tan convulsa como la actual, va a ser determinante dirigir el odio en sentido correcto para que el mundo cambie de la manera más positiva posible para la sociedad en general. Estoy seguro de que muchos poderes intentarán dirigirlo, una vez más, hacia otros países. China, por ejemplo, o en el caso de Alemania, se buscarán cabezas de turco como Grecia o Chipre. También a ingleses o franceses se les intentará vender la idea de que los responsables son los incompetentes socios del Sur, como España o Italia.
A veces serán determinados elementos sociales, como en España los sindicatos, habitual blanco de nuestra derecha rancia. En Estados Unidos será quizás el aparato estatal de Washington, al que los más tradicionales consideran enemigo de la libertad individual, símbolo del espíritu libre americano. En los países mediterráneos ya se está poniendo de moda personalizar en la figura de Merkel el odio por quienes nos están haciendo perder nuestro nivel de bienestar, distrayéndonos de nuestra propia responsabilidad como ciudadanos, y de la de nuestros dirigentes locales (a quienes, no lo olvidemos, elegimos nosotros).
Van a intentar dirigir nuestro odio en esas direcciones para que no veamos a los grandes obstáculos de nuestro bienestar: las élites financieras mundiales. Esas élites sin nombres ni apellidos (todos conocemos a Rajoy o a Obama, pero, ¿alguien conoce a alguno de los presidentes de las 10 principales sociedades financieras mundiales?), sin los cuales es muy difícil hacer surgir el odio (el ser humano necesita personalizar sus sentimientos, llamar a algo por su nombre). Aún así, les va a costar. La intercomunicación que permite Internet ha creado un flujo de información más poderoso que todas las televisiones y diarios. La gente está cada vez más concienciada del origen de los males y, aunque les cueste poner un nombre al "culpable" (porque el entramado financiero es complejo y abstracto), ya no es tan fácil distraer su atención como lo fue en los años 30 o en el siglo XIX.
Ahora mismo esta es una de las grades claves para decidir nuestro futuro en los próximos años. Si la gente se mantiene bien informada y entiende a quiénes hay que derribar, hay esperanza; si nos distraen con enemigos inventados y dirigen nuestro odio hacia países y personas aisladas, estaremos metiendo la pata otra vez.
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