Friedrich Nietsche fue el primer filósofo que leí. Su obra Así habló Zaratustra fue mi primer gran libro de filosofía (antes lo máximo que había leído era algún trabajo para el colegio) y durante varios años me dediqué a atesorar sus obras (hoy en día las tengo casi todas, desde luego todas las importantes).
Nietzsche me llamó la atención por su estilo aforístico. La mayor parte de sus libros no están escritos como largos tochos que forman un esquema filosófico estructurado, sino como pequeños textos, a veces de una sola frase, en los que el autor va contando todo tipo de ideas que le vienen a la cabeza, a menudo saltando de un tema a otro, sin lógica aparente. Aquel estilo me pareció ameno en su momento, porque resulta más atractivo el el típico rollo al estilo de Aristóteles o Kant.
También me aficioné en aquella época a otros autores de aforismos y notas, como Lichtenberg, en los que a menudo encontrabas más sabiduría concentrada en una frase que la que otros intentaban explicarte con cien páginas.
Eran esos días en los que uno encontraba lo cotidiano en las personas que lo rodeaban, y lo profundo en los libros que leía.
Con el auge de Internet, el intercambio de información ayudó a que personas normales y corrientes, aparentemente nada geniales, como yo, intercambiásemos opiniones fácilmente, y descubrimos entonces que, si a las personas se les da su oportunidad, uno puede encontrar sin demasiada dificultad ideas tan interesantes como las que hubiera podido descubrir en un texto de Montaigne, de Voltaire, de Schopenhauer o del mismo Nietzsche. Se sentía uno entonces miembro de una época afortunada, en la que el intercambio de ideas interesantes superaba en varios órdenes de magnitud el de cualquier tiempo pasado. Los foros permitieron desarrollar la dialéctica y los blogs la retórica. Cierto que también abundan los trolls o quienes simplemente se dedican a copiar lo que otros dicen, pero aún así el resultado es positivo.
También comenzaba uno a descubrir un cierto efecto contrario al esperado, y es el del cansancio. Antes, leer un nuevo texto de un gran autor (como Nietzsche) era una experiencia, un descubrimiento. Uno leía sus textos con interés y, aunque a veces podía defraudarle, rara vez lo hacía. Ahora, en cambio, mis enlaces me permiten leer docenas de artículos cada mes, sobre los que difícilmente puedo volcar mi atención como antes lo hacía sobre los libros.
Twitter, con sus escasos caracteres, y facebook, con sus "me gusta", han llevado este hastío al extremo. Uno a veces se cansa de ver por todas partes gente aparentemente ingeniosa, que cada dos por tres "tuitean" frases supuestamente originales y brillantes, como si fueran saltimbanquis intentando llamar nuestra atención y provocar nuestro aplauso. Llegas incluso a preguntarte si no eran más simpáticos en aquellos tiempos en los que no pensaban, en los que se extrañaban cuando mencionabas a Nietzsche, o te miraban como a un marciano si decías que estabas leyendo a Kant.
Son estos días en los que uno lee a personas ingeniosas en cada puñetero rincón de Internet, y llega a preguntarse dónde están aquellos seres sencillos y despreocupados, donde uno podía liberarse de la pesadez intelectual de los libros y encontrar otra vez la ligereza de lo cotidiano e intrascendente.
Por eso cada vez me cae más simpática la gente que rara vez "tuitea" cosas profundas, y que en su blog escriben con naturalidad de cosas humanas, sin pretender parecer ingeniosos, sin miedo a resultar superficiales. La profundidad tiene también sus momentos, pero antes Nietzsche era como un salvavidas en medio del océano de ignorancia. Ahora, no podría soportar leer muchas de sus páginas; creería que estoy otra vez con los blogs y los tweets.
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