Resulta curioso que en nuestra época, en la que cada día se habla de finanzas, de deuda y de intereses, nadie hable de la usura. La palabra misma se ha convertido en un tabú. Pero no siempre fue así.
La usura ha sido condenada en diversos momentos de la Historia, como uno de los grandes males de la sociedad. Ya en la antigüedad, el cónsul romano Lúculo, en sus campañas de Asia, tuvo que tomar severas medidas contra la usura, para liberar de ella a muchos pueblos aliados de Roma. En la Edad Media se adoptaron numerosas medidas para intentar erradicar este mal. Carlomagno, por ejemplo, la prohibió en el siglo VIII. Incluso en épocas tan cercanas como 1745, el papa Benedicto XIV la condenó en su encíclica Vix Pervenit.
Hoy, en cambio, reina el desorden y la arbitrariedad. Ante el clamor social que están provocando los desahucios, como producto de la burbuja inmobiliaria, y sobre todo los recientes suicidios de algunas personas que se veían ya en la calle, me resulta llamativo que se hable de pequeños parches como dar un aplazamiento (ojo: un aplazamiento, no se perdona ni un euro, simplemente es una moratoria) a las familias más necesitadas (prácticamente sólo una pocas en situaciones extremas: en general, todo sigue igual), mientras nadie alza la voz contra las prácticas financieras actuales, cuyos métodos bien pueden calificarse de usura. Con el pretexto del "mercado libre", se deja actuar a sus anchas al sector financiero, el cual puede aprovecharse sin límite de la ignorancia de sus clientes. Las consecuencias de esta "liberalidad" no son sólo los dramas de algunos particulares, como vemos con los desahucios, sino la espada de Damocles que supone para la economía mundial el terrible tamaño de la deuda pública. Los prestamistas se han convertido en unos auténticos mafiosos que amenazan con esclavizar, no sólo a unas cuantas desprevenidas familias o algunas pymes, sino al Estado mismo.
Nuestros políticos, mientras, callan. Incapaces de plantar cara por las enormes presiones internas de sus propios partidos, a menudo también endeudados con el sector financiero, no sólo no adoptan medidas para frenar esta barbarie, sino que ni siquiera sacan el tema. Cuando se les habla de ello, responden con frases generalistas y perogrulladas del estilo "las cosas son como son", "es que la realidad es la que es".
Yo me pregunto: ¿Es normal que se concedan prestamos 20, 30 o 40 años vista? ¿E incluso a más de 40? ¿Es normal que el interés pueda ser cualquiera, que no haya un tope establecido (como sí lo hubo, por ejemplo, en algunos momentos del Imperio Romano)? ¿Es normal que, en caso de impago, el acreedor no asuma absolutamente ninguna responsabilidad, ninguna pérdida, por desmedida o imprudente que fuese su inversión? Si un banco concede 200.000 euros a una familia de pocos recursos para una hipoteca, ¿no es él también parcialmente responsable en caso de impago? ¿No debería asumir como pérdidas una parte de esa deuda no pagada?
Veo cómo se radicalizan las posturas, sin que ninguna de las partes asuma su responsabilidad (o, como nos gusta más decir en España, su "culpa"). Si les preguntas a los bancos acreedores, te dirán que la ley está para cumplirla y que las personas firmaron voluntariamente. Si les preguntas a los embargados, te dirán que les estafaron y que la ley es inhumana. Aquí nadie es responsable, por lo visto, de sus actos.
Desde mi punto de vista, todos tienen su parte de responsabilidad. Los bancos no pueden negar que eran ellos quienes tenían los conocimientos suficientes (o deberían haberlos tenido) para intuir lo que podía llegar a pasar; para advertir, al menos, a sus clientes, de las consecuencias. Si la avaricia les cegó, ahora deben asumir parte de esa deuda como pérdidas. Las familias, por su lado, no pueden negar su imprudencia. Personas con escaso poder adquisitivo metiéndose en pisos clarísimamente subidos de precio y avalándolos con las viviendas de sus padres, no pueden hacerse ahora los despistados.
¿Qué parte de la deuda debe asumir cada cual? No lo sé. Quizás el 50% cada uno, o quizás el banco deba asumir el 70% y la familia el 30%... pero ambos deben asumir su parte. Porque yo me pregunto: si ahora mismo se perdonase el 100% de la deuda, ¿en qué situación quedamos aquellos ciudadanos que, prudentemente, decidimos no embarcarnos en hipotecas? Pues quedamos como unos tontos que no se aprovecharon del pastel, sabiendo que al final se les perdonarían todos sus pecados.
Y no basta con resolver los problemas actuales, sino de prevenir los futuros. Veo que se habla de reformar la ley para aceptar la dación en pago, pero eso no basta. ¿Por qué no se limita el interés de los préstamos (por ejemplo, a un moderado 6%)? ¿Por qué no se limitan los plazos de las deudas (10, 15 años parecen ya muchos)? En definitiva, ¿por qué no se regulan las actividades financieras, igual que se regulan tantas otras actividades económicas? Aparentemente, la usura es una actividad intocable, una práctica más allá de las leyes, una especie de dios contra el que, no sólo no se puede legislar, sino al que es pecado criticar, e incluso es pecado pensar algo malo de él.
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